Pocos debates son tan trascendentales en el mundo actual como el del financiamiento de la educación superior, centrado en las posiciones ideológicas de cuatro fuerzas en tensión permanente: el Estado, las universidades, el mercado y la sociedad civil. Se considera que en la era de la globalización, en la que vivimos, ya no existen proyectos nacionales propios, sino que todo es dirigido desde fuera de nuestras fronteras.
El proyecto-país que creó y fortaleció instituciones estatales emblemáticas en Costa Rica quedó muy en el pasado y nuestra sociedad está tan polarizada que ni siquiera podemos ponernos de acuerdo en si la educación superior debe seguir siendo financiada por el Estado o debería privatizarse.
Basta con ver cómo las universidades se comparan unas con otras por medio de indicadores de calidad, en procura siempre de emular un único modelo: el de ciertas universidades extranjeras de élite.
Lo ilógico de todo esto es que no vale la comparación cuando destinamos presupuestos tan pequeños, incluso para América Latina y el Caribe, a la educación, la ciencia y la tecnología. Ni tampoco cuando nos medimos con parámetros de los ránquines internacionales, que usan indicadores tan irreales para nuestro contexto nacional, como el número de premios nobeles otorgados a profesores y egresados de las universidades o la cantidad de artículos científicos publicados por los investigadores en las revistas Nature y Science.
Además, si menos del 0,4% de los 196 millones de universitarios que hay en el mundo estudian en las que los ránquines internacionales consideran las cien primeras casas de enseñanza superior del orbe (menos de un 0,5% del número de instituciones existentes), ¿qué representación tendría esto realmente en nuestras sociedades?
Masificación. Efectivamente estamos en la era de la masificación de la educación superior, lo cual a simple vista pareciera ser algo bueno, si tomamos en cuenta que podríamos estar ante un sistema educativo más inclusivo y democrático; sin embargo, este proceso poco planificado ha traído algunos problemas difíciles de resolver.
Dos de los más evidentes son: el desempleo o subempleo de muchos graduados de la universidad, por sobreoferta (como es el caso de los médicos) y la deserción universitaria.
Esta última está asociada posiblemente a la carencia de las habilidades suficientes para llegar hasta la graduación, hecho relacionado quizás, con la evidente disparidad en la educación primaria y secundaria de nuestro país, que se ha venido manifestado más claramente en los últimos 20 años.
La masificación de la educación superior ha venido de la mano del aumento en el número de instituciones educativas con fines de lucro, pero este fenómeno tampoco es único en Costa Rica sino que, con algunas excepciones, sigue un patrón global.
Diferencia fundamental. Incluso sin tocar el aspecto de fondo de la calidad de la formación, lo que sí debemos reconocer es que hay una diferencia fundamental entre las universidades: unas hacen investigación y otras no, independientemente de que sean públicas o privadas.
Las primeras producen conocimiento, básico y aplicado, mientras que las segundas solo se encargan de transmitirlo, lo cual genera una gran diferencia, incluso en la formación de los estudiantes.
Las universidades de investigación en América Latina, además, corresponden a lo que se ha querido llamar “universidades constructoras de Estado”, las cuales poseen una cultura académica sólida, pero diversa, reflejo directo de la sociedad en la que vivimos.
La paradoja es que, por un lado, la sociedad reclama a las universidades investigación y espera de ellas que generen ideas y proyectos y aporten en gran medida al desarrollo del país, pero, por otro, se les cuestionan sus costos y complejidad y se limita la inversión de recursos que sustentan dichos procesos de investigación, muchos con impacto social y productivo directo.
Es esencial para la sociedad que las universidades públicas sigan asumiendo el papel fundamental de ser universidades constructoras de Estado, reforzando la identidad y la cohesión nacional, en un país como Costa Rica, que en su momento marcó la diferencia dentro del contexto latinoamericano.
Si finalmente logramos ponernos de acuerdo en algunos temas básicos, como el apoyo a la educación superior pública, tal vez podría volver a hacer lo que éramos antes.
Cecilia Díaz Oreiro es decana del Sistema de Estudios de Posgrado de la UCR.