El artículo del Dr. Gutiérrez Góngora, del 20 de mayo, me llamó la atención, no por concordar con su opinión en todos sus extremos, sino porque en la discrepancia y en la digestión contrastiva uno aprende mejor. Por haber leído recientemente un sesudo estudio ( Big business con la Alemania nazi, de Jacques Pauwels), me permito matizar unas cuantas afirmaciones del colega en este espacio.
Es un tenaz lugar común afirmar que Hitler llegó al poder por la vía democrática. Consta una línea relativamente ascendente hasta asumir el poder de facto; pero ello no fue resultado de una real decisión popular como sí fue posible gracias a un ingente manipuleo semántico de parte del Führer, además de una inconmensurable ayuda de los grandes grupos de interés.
Pero aun dentro de una tendencia por lo general en subida, en 1932, los nazis perdieron 34 escaños y, de un 37 % de electores, bajaron a un 31%. En su diario, Goebbels lamentó las arcas vacías, señaló que todos sus compinches estaban “fuertemente deprimidos” y que su jefe estaba por suicidarse.
A fines de enero de 1933, el entonces decrépito presidente Hindenburg, empujado por los peces gordos industriales y financieros, contra toda la lógica parlamentaria y su propia voluntad a dedo nombró “canciller” (jefe del ejecutivo) a Hitler dentro de un gobierno de coalición, en posición minoritaria, con solo otros dos de su partido. Incluso en las elecciones del 5 de marzo el histérico Hitler no pudo obtener mayoría ni en votos ni escaños.
Plenos poderes. Su verdadera toma de las riendas fue poco después del incendio del parlamento (en la noche del 27 de febrero de 1933), concretamente el 23 de marzo, cuando se autoasignó plenos poderes.
Ello era posible dentro de las reglas de Weimar, pero con aprobación del presidente. No es entonces que “ya para el 12 de noviembre de 1933, el 92% de los alemanes sellaron el fin de la democracia en Alemania al aprobar una sola lista de candidatos al Reichstag presentada por el partido nazi”: por decreto del 14 de julio, complaciendo el establishment local, el furioso Führer había eliminado a los otros partidos.
No son sinónimos democracia y “dedocracia”. Hitler no llegó al poder por la primera vía; no fue por “triunfo de la voluntad” ni resultó “victoria de la fe”, como después lo pintaron, desde sus títulos, las películas de Leni Riefenstahl.
El matiz es importante porque esa presentación falaz escamotea la manipulación de la democracia y el impresionante asedio político-financiero del Big Business alemán (¡y norteamericano!) como lo demuestra Pauwels.
Si se sigue propagando la errónea interpretación del ascenso al poder por las urnas, al salir fallido el experimento fascista (en rigor desde que, después del primer y exitoso blitzkrieg contra Polonia, Francia, Bélgica etc. y no resultar el segundo, el asalto raudo y rápido contra Rusia, a fines de 1941) al final habría un solo y único culpable: Hitler, lo cual está lejos de reflejar la realidad.
Al ser aniversario de la derrota del fascismo alemán, quizá sea oportuno, en un próximo artículo, ampliar sobre el entramado político-militar-económico que sí fue real.
Víctor Valembois es educador.