“Estraperlo”, uno de los neologismos más curiosos que registra el DRAE, deriva de una ruleta eléctrica que dos empresarios –Strauss y Perlowitz– introdujeron en la España de la Segunda República (1931-39). Significa “comercio ilegal de artículos que escasean o son administrados por el Estado”, primera acepción; y, segunda, “negocio fraudulento”, “intriga”, relacionada con los manejos nada santos de Strauss y Perlowitz.
El asunto gana actualidad ahora que el Gobierno de Costa Rica anunció un proyecto para castigar el contrabando hormiga en la frontera sur.
De repente, los vecinos ticos de Paso Canoas, Golfito y Corredores, habituados a comprar del lado panameño cervezas, licor, perfumes, ropa, tenis, el diario y aun la gasolina, entran en la categoría de estraperlistas y el Estado amenaza con aplicarles una ley pura y dura.
En vano, los pobladores aducen que el ochenta por ciento de la población sobrevive mediante el recurso de cruzar a Panamá, ya que en nuestro país escasea el trabajo y el precio de los productos básicos resulta desmedido.
El Gobierno contraataca y recuerda los 23.000 litros de licor y los 33,2 millones de cigarrillos decomisados anualmente y advierte que los infractores deberán pagar con cárcel.
Así las cosas –y en un escenario que iguala torpemente la cuestión aduanera y el problema social– creo más que oportuno redibujar la figura del estraperlista, nunca bien comprendido desde afuera. Ernest Hemingway lo ha retratado de manera universal en Tener y no tener , novela de 1937. Allí vemos que por encima de un horizonte de conflictos y egoísmo, Harry (el protagonista del relato) lucha con lo único que tiene a mano y asume el riesgo de sus actos, jamás predatorios. Dignos de misericordia o humor, jamás de grotescas sanciones.
Recomiendo el libro a los presuntos, reales o futuros escribientes del malhadado proyecto. Lo pueden solicitar en Internet.
De nada.
Víctor J. Flury es escritor y crítico de cine.