En 1921, dos misioneros británicos de la Misión Latinoamericana de la Iglesia Evangélica llegaron al país para predicar su causa. La suma de conversos a esta fe propició su crecimiento, y en 1928 se encargó al notable arquitecto José María Barrantes la construcción del Templo Bíblico, ubicado en la avenida 4 y calle 8 de nuestra capital.
Inaugurado el 5 de mayo de 1929, el edificio, de sobrio aspecto e influencia neoclásica en su ornamentación, se convirtió en un referente de la presencia del grupo religioso en Costa Rica. De hecho, su imagen fue incorporada como logotipo de la congregación.
Durante 87 años el recinto acumuló en sus muros el registro de diversos acontecimientos y la devoción de cientos o miles de fieles. Lamentablemente, el valor de uso de este edificio fue cambiado a inicios de junio, cuando fue vendido a un grupo empresarial chino, con intenciones de establecer un mercado en el sitio.
Borrar la memoria. La arquitectura cuenta la historia. Las personas mueren y literatura, fotografía, pintura y otros registros son más difíciles de localizar. Pero los inmuebles permanecen, si los dejan, para convertirse con los años en insignes testigos y evidencia de cómo se ha forjado nuestra identidad nacional.
De ahí la importancia vital de preservar una muestra significativa de construcciones con valor patrimonial, entre más grande mejor.
Es probable que de la memoria de la causa evangélica en el país subsistan documentos y fotos, pero ya no existe un referente material.
El pasado 8 de julio, luego de dejar unas flores en la tumba de la célebre Yolanda Oreamuno, me dirigí al Templo Bíblico para observar, con espanto, cómo columnas adosadas, triglifos y cartelas, junto con otros elementos que caracterizaban al edificio, eran cincelados, eliminados.
No puedo imaginar lo que sentirán los fieles del lugar cada vez que pasen por ahí y vean la destrucción de su santuario. ¿Qué pensarán quienes velaron allí a un familiar cuando el espacio donde se proclamó su ingreso a la eternidad sea inundado por algarabía y productos de consumo?
Preservar. Como defensor del patrimonio arquitectónico nacional y habitante del centro de la capital, he podido atestiguar en los últimos años una mayor conciencia e interés ciudadano por preservar nuestro tejido histórico, tanto en el campo material como en el inmaterial.
Al parecer, ahora las autoridades corren para salvar este inmueble por medio de una declaratoria, pero el daño que se le ha hecho es irreversible y cualquier réplica será forzosamente un falso, una recreación.
El 6 de mayo de 1828, al colocar la piedra angular de este templo se depositó en sus cimientos una biblia, en una caja de zinc. Si aún permanece soterrada, la única buena noticia de este nefasto acontecimiento será que la palabra de Dios estará presente en un espacio atípico, antes de profesión de fe y en el futuro cercano invadido por “mercaderes del templo”.
El autor es expresidente de la Comisión Nacional de Patrimonio Histórico Arquitectónico.