A varias personas de origen estadounidense con las que he conversado y que trabajan en el país, les he preguntado qué esperan de la administración de Donald Trump, la respuesta al unísono y más común es too early, to talk, lo que significa, demasiado pronto para opinar o hablar del tema.
Aunque reconozco que existe mucha incertidumbre y más preguntas que respuestas sobre si habrá consistencia entre lo que dijo en campaña y lo que realmente hará como presidente, creo que es posible esbozar algunos lineamientos de lo que podría esperarse en materia económica.
Cuando no existe claridad, los mercados financieros se vuelven volátiles con oscilaciones hacia arriba y hacia abajo sobre el valor de las acciones de las principales empresas estadounidenses que cotizan en la bolsa de New York.
Posibles medidas. A mediano plazo, es posible vislumbrar un estilo de política económica expansiva por la vía del gasto público vigoroso. Si bien esto repercutirá en un mayor grado de crecimiento económico, dada la cercanía al pleno empleo en los Estados Unidos (desempleo abierto menor al 5%), la inflación repuntará y eso explica el porqué hoy los rendimientos de los bonos del Tesoro han estado al alza.
Trump ha anunciado que durante sus primeros 100 días promoverá una nueva ley de energía e infraestructura y promoverá un incremento del gasto público en estos rubros y en defensa, superior a un trillón de dólares por los próximos 10 años.
Esto beneficiará a la mano de obra no calificada, especialmente aquella procedente de manufactura y área automotriz, las cuales votaron por Trump y han sido principalmente afectadas con la apertura comercial y la migración de empresas a México.
Uno de los primeros aprendizajes positivos que Trump nos enseña es que no es posible ser competitivo a mediano plazo y tampoco procurar un mayor nivel de bienestar de la colectividad con infraestructura de tercer mundo.
Trump también está hablando de un recorte significativo de impuestos, especialmente a los contribuyentes de más altos ingresos, donde la tasa marginal del impuesto sobre las rentas personales pasarán del 40% al 35% y, por el contrario, en los niveles más bajos, hubo una subida del 12% al 15%.
Se estima que la reducción de impuestos corporativos y personales será de un 4% del producto interno bruto estadounidense.
Esta combinación de mayor gasto público y menores impuestos, junto con la ya deficitaria situación del déficit fiscal, hace presagiar, sin necesidad de ser gran economista, un ambiente de subida de tasas de interés en dólares, lo cual obviamente afectará negativamente a nuestra economía, tanto por la necesidad de financiamiento del sector privado y del público en el exterior a tasas más altas, como también por el efecto interno al alza en las tasas en colones, para poder mantener la competitividad relativa de los depósitos en moneda local.
Otros temas que esperar en este nuevo gobierno es una tendencia a la desregulación del sector financiero, especialmente de las grandes firmas de banca de inversión de Wall Street, aliadas a Trump, pues consideran que después de la crisis global del 2008 la nueva Ley Dodd-Frank las ha limitado bastante y, de hecho, las acciones de estas empresas, después del triunfo de Trump, han estado al alza.
También está en el tapete un giro radical en política comercial, renegociando el Nafta (Tratado de Libre Comercio con Canadá y México), retirándose de las negociaciones para la firma del TPP (Tratado de Libre Comercio del Pacífico), atacanco directamente a los esquemas comerciales y financieros de los chinos por la vía de devaluaciones competitivas de su moneda el yuan y la promoción de sus exportaciones, reduciendo significativamente el impuesto a las empresas estadounidenses que regresen puestos de trabajo con una tasa que baje del 35% al 15%, imponiendo impuestos offshore para empresas de ese país que operen en el exterior e impuestos a las remesas al exterior de extranjeros que laboran en Estados Unidos.
¿Nuevo orden económico global? Aparte de este resumen de medidas económicas anunciadas, pareciera ser que el triunfo de Trump, así como la decisión de retiro del Reino Unido de la Comunidad Económica Europea refleja el deseo de una mayoría de ciudadanos de esos países no de votar por un partido específico, sino en contra del orden económico internacional que ha prevalecido en las últimas décadas.
En ese sentido, el 9 de noviembre de 1989 marcó un hito histórico en el mundo al caer el Muro de Berlín, reflejando el fin de la Guerra Fría y la desaparición de los esquemas comunistas vigentes hasta ese momento.
De hecho, recuerdo que a principios de mi vida laboral llegó a mis manos un famoso libro escrito por Francis Fukuyama en 1992, conocido como El fin de la historia, que mantenía la tesis que con el fin de la Guerra Fría, el mundo se había decidido por el libre mercado, la democracia liberal y la apertura comercial como los esquemas únicos para resolver el problema económico.
No era cuestionable la formación que se recibía en ese momento en las principales universidades del mundo en cuanto a la tesis clásica de David Ricardo, en cuanto que por medio de la especialización y la promoción del comercio exterior e intercambio internacional es posible llevar el nivel de consumo y bienestar de la sociedad más allá de sus posibilidades máximas de producción.
Búsqueda de eficiencia, reducción de costos competitivos, ventajas competitivas, reasignación de los factores productivos, libre movilidad del capital y del factor trabajo con apertura de las fronteras ampliando el tamaño de los mercados, así como la promoción de la inversión extranjera directa y los acuerdos de libre comercio, se volvieron la norma a partir de ese momento.
Sin embargo, los acontecimientos recientes hacen pensar si efectivamente estamos entrando en una nueva era, cuando, contrario a abrir los mercados, se promueve de nuevo la creación de muros y barreras, el proteccionismo, el nacionalismo, la recuperación a toda costa de puestos de trabajo locales perdidos por ineficiencias o falta de productividad y si esta nueva forma de ver la economía empezará a generar efectos políticos virales en Europa, Latinoamérica, Asia, etc.
Esta es quizás una de las mayores preocupaciones de filosofía y resurgimiento de ideologías que odian el statu quo y el establishment, y Costa Rica no está inmune a estos riesgos.
Qué dicen los números. En mis tiempos de banquero, la gente creía que yo manejaba dinero. Nunca fue así, la clave del éxito está en el manejo de la información. Siendo esto así, ingresé a la página del Departamento de Comercio del Gobierno de los Estados Unidos para obtener datos relevantes sobre el balance comercial en los primeros nueve meses del 2016.
Efectivamente, los Estados Unidos son deficitarios en el comercio de bienes y servicios por una suma aproximada a los $362.000 millones. Sin embargo, al separar este monto, en la parte de servicios, se muestra más bien un superávit por $184.000 millones.
Es decir, el problema de Trump está en una magnitud significativa en la parte del intercambio de bienes, no de los servicios, con un exceso de importaciones sobre sus exportaciones de $546.000 millones en nueve meses del año.
De este monto, cuando se presenta el cuadro por origen del problema, el 62% es con Asia Pacífico y, en particular, con China (47%) y Japón (9%).
En la región europea, la contribución a dicho déficit es de un 22% para $120.000 millones.
En tercer término, se encuentra el Nafta, con un faltante de $53.000 millones, es decir, el 10% del problema deficitario total y, en particular México, destaca con $47.000 millones.
En el caso particular de nuestro país, el Departamento de Comercio de los Estados Unidos nos pone como parte de un solo bloque en conjunto con Suramérica y Centroamérica. Resulta que contrario al resto de regiones, el balance de comercio de Estados Unidos con esta región es superavitario, es decir, ellos nos venden más de lo que nosotros les compramos, alrededor de $22.000 millones.
En el caso particular de Costa Rica, nuestras exportaciones fueron por $3.000 millones e importamos $4.000 millones, con un saldo a favor de Estados Unidos de $1.000 millones en nueve meses. Lo anterior se explica principalmente por las compras que hacemos de petróleo de origen estadounidense con cero aranceles.
Evidentemente, con estas cifras, las prioridades de Trump están en Asia Pacífico, en particular China, luego Europa y, finalmente, México.
Centroamérica o Costa Rica no están en el radar de prioridades de dicha administración.
Ahora bien, eso no quiere decir que debemos dejar de preocuparnos, pues habrá efectos indirectos, como la subida de la tasa de interés y el menor poder de compra de los centroamericanos por el impuesto a las remesas, entre otros.
Tener una concentración del 40% de nuestras exportaciones de bienes, el mismo porcentaje en turismo y un porcentaje del 55% en inversión extranjera directa, todos provenientes de los Estados Unidos, hace evidente que, con Trump o sin él, la diversificación de los mercados de exportación y servicios se vuelve prioridad número uno para nuestras autoridades.
En conclusión, es evidente que la disposición de los Estados Unidos de promover mayor apertura y negociación global se verá sustancialmente reducida en esta administración.
Tiendo a ser optimista y creer que no tendremos problema en el área comercial de exportaciones ni en turismo.
La mayor área de preocupación está en la eventual repatriación de utilidades para aprovechar los incentivos tributarios por parte de las empresas estadounidenses que operan en zonas francas.
Aun así, creo que el efecto será menor, pues en Estados Unidos se crean al mes 250.000 empleos nuevos y en toda la historia de los regímenes preferenciales para inversión en Costa Rica se han generado menos de 100.000 empleos directos, por lo que, de nuevo, no es en nuestro país donde la administración Trump pondrá sus nuevos condicionantes de renegociación de términos comerciales.
Ojalá no me equivoque. Mientras tanto, Comex, Procomer, Cinde y el Ministerio de Relaciones Exteriores deben estar ya reunidos para preparar un plan de acción para minimizar los posibles efectos del trumpismo en Costa Rica.
El autor es economista.