¿Debe o no modificarse el tipo de cambio para aumentar la competitividad de las exportaciones? ¿Puede el Banco Central hacerlo? ¿Ha estado el Banco Central intentando manejar el tipo de cambio? Sobre la discusión reciente de estos temas, conviene destacar lo siguiente.
¿Se puede mejorar la competitividad con el tipo de cambio? Países han logrado mejorar la competitividad de sus exportaciones con un tipo de cambio “artificial” y la teoría económica sustenta que sí es posible. Esto lo apoya una considerable literatura.
Sin embargo, es erróneo y casi ingenuo creer que esa mayor competitividad se logra con solo modificar el tipo de cambio nominal o de mercado. Para que se mejore la competitividad de las exportaciones, hay que acompañar las intervenciones que realice el Banco Central para depreciar la moneda con otras políticas.
Esas otras políticas deben impedir que las depreciaciones cambiarias “artificiales” se traduzcan en aumentos de precios que nulifiquen la mejora en la competitividad.
No hay “free lunch”. Como dice el experimentado economista y profesor emérito de la Universidad de Chicago, Arnold Harberger, cuando le preguntan sobre si se puede lograr la mejora en la competitividad con el tipo de cambio nominal: “¡Claro, todo lo que tienen que hacer es sumar 3 o 4 puntos de porcentaje a la tasa del impuesto al valor agregado en el país, y usar esos recursos para comprar activos en los mercados financieros internacionales!”.
Así ilustra que hay que ponderar costos y beneficios y que mejorar la competitividad no es gratis.
Para lograr que la devaluación “artificial” aumente la competitividad, hay que “obligar” a la economía a que vea más atractivo producir bienes y servicios exportables y sustitutos de importables y menos atractivo producir otros bienes y servicios.
Eso significa abaratar relativamente los otros bienes y servicios, los que no se comercian en el exterior. Hay que “sacarle” poder de compra a la economía y ahorrarlo en el exterior con compras de activos internacionales (“sumar 3 o 4 puntos a la tasa del impuesto”). Esto bajaría la demanda de esos otros bienes y lograría “sostener” sus precios. Evitaría un aumento en ellos que nulifique la mejora en la competitividad.
Lo anterior no es sencillo de realizar en la práctica. De hecho, sin aumentos en la productividad, significa menores salarios reales, utilidades y empleo en el sector productor de bienes que no se comercian con el exterior. En el sector productor de bienes transables ocurriría lo contrario. La evidencia muestra, además, que los éxitos han sido solo transitorios.
Desacierto de los opositores a la devaluación “artificial”. Por otro lado, me parece inconveniente por parte de los que atacan las depreciaciones “artificiales”, que incluyen al Banco Central, no revelar bajo qué condiciones depreciar el colón sí puede mejorar la competitividad. Suponen que solo hay una opción, que la depreciación cambiaria solo conduce a más inflación. Entonces, ¿cómo es que cambia el tipo de cambio real?
Sin embargo, en las condiciones actuales en el país, coincido con que el resultado más probable, si se trata de buscar una mayor competitividad con una depreciación cambiaria, sería más inflación. Esto porque con toda seguridad ni sus proponentes estarían dispuestos a buscar los recursos sanos para pagar el costo de las medidas complementarias. Nos encanta tratar de hacer chocolate sin cacao. Por lo tanto, no debe intentarse la depreciación.
Pero, por otro lado, puede ser que algún día se den las condiciones y se justifique buscar una devaluación real “artificial”. Por eso, hay que explicar que sí existen otras opciones válidas que no producen más inflación, salvo por el efecto temporal del ajuste en precios relativos. Pero que no son gratis ni sencillas de ejecutar y que su éxito no está asegurado. Explicar esto no atenta contra la autonomía del Banco Central. No hacerlo sí atenta contra la objetividad.
Falacia de las reservas. De hecho, desde julio del 2014, el Banco Central de Costa Rica viene aplicando políticas cambiarias para modificar “artificialmente” la tendencia del tipo de cambio. Para estabilizarlo “artificialmente”. Su déficit financiero refleja el costo.
Buena parte de esto ya lo explicó con claridad y detalle Francisco de Paula Gutiérrez ( La Nación, 16/6/2016). Solo cabe enfatizar que cometen un craso error de análisis los que dicen que la prueba de que el Banco Central casi no ha intervenido, es que sus reservas internacionales netas no han tenido mayor variación.
La nuestra es una economía parcialmente dolarizada. Sin intervención cambiaria del Banco Central, las reservas internacionales deberían tener una tendencia a crecer, por las divisas adicionales que los bancos comerciales le depositan al Banco Central en el exterior para cumplir con el encaje mínimo legal del aumento en el saldo de los depósitos que reciben del público en dólares. ¡Elemental, mi querido Watson!
La asimetría es válida. El Banco Central dice que interviene poco, aunque los datos indican lo contrario. A pesar de ello, creo que es correcto que el Banco Central haya dejado que el colón se deprecie desde finales de mayo, aunque sigue interviniendo.
Ojalá lo hubiera dejado depreciarse desde mediados de diciembre del año pasado, cuando el mercado cambiario se volvió menos superavitario. Sin la intervención del Banco Central, las fuerzas del mercado habrían producido la depreciación cambiaria desde antes de mayo. Como contraparte, las reservas monetarias habrían aumentado. No lo hicieron porque el Central vendió las divisas que los bancos le depositaron por encaje y más.
Asimismo, estuvo bien que el Banco Central hiciera lo contrario desde julio del 2014 y hasta mediados de diciembre del 2015, cuando intervino comprando dólares para evitar apreciaciones, tratando de ayudar a los exportadores.
La asimetría entre los dos periodos se justifica. A largo plazo, cuando la economía mundial vuelva a ser más normal, es probable que nuestro tipo de cambio real de equilibrio sea mayor al actual. Por eso, puede ser menos costoso estar, de una vez, cerca de ese nivel a largo plazo.
Ojalá el Banco Central se mueva en la dirección correcta y deje flotar más el colón. Le ayudaría a consolidar la baja en la inflación subyacente. Se percibiría mejor el verdadero riesgo cambiario.
También es deseable que explique objetivamente lo que se puede y no se puede hacer y que tenga más consistencia entre lo que dice que hace y lo que hace. Su función y credibilidad son muy importantes para que no sea siempre así.
El autor es economista.