Recuerdo vívidamente un día después del regreso de vacaciones de décimo en el liceo de Coronado, uno de esos donde la visión de mundo se expande tan rápido que toma años procesar todo lo que fue dejando semejante explosión a su paso.
Manuel Vargas, nuestro profesor de Estudios Sociales, había estado de visita en Guatemala en una actividad sobre la globalización, y compartió el texto que acompañó su ponencia, compacto y contundente.
Una curiosa referencia a un modelo explicativo del desarrollo de las sociedades por Alvin Toffler captó mi atención, un libro llamado La tercera ola. Sin pensarlo dos veces, se lo pedí en préstamo y a la clase siguiente lo colocó en mi pupitre.
Esa misma noche, bastó con abrir una página para quedar deslumbrado ante una revelación de por vida: el pasado y el presente pueden usarse racionalmente para entender el futuro siempre y cuando la imaginación no salga de los bordes de la lógica; es decir, el avance de la civilización es un fenómeno comprensible y moldeable.
Mundo digital. Toffler propuso modelar la historia tal como si fuesen olas en una playa. Mientras una ola nueva llega, otra se resiste a morir. La primera ola fue la revolución agrícola que dio paso a la aparición de ciudades, civilizaciones y al dinero.
La segunda trajo la Revolución Industrial, el control de la energía, la mecanización y el capital. Pero la tercera ola tiene una naturaleza fundamentalmente distinta: es el mundo digital donde el capital es la información y la riqueza depende de la capacidad de crear conocimiento.
Sus efectos transformarían el mundo desde la economía y la educación hasta los modelos de familia y las relaciones personales. En especial, las personas pasarían de ser sujetos pasivos a prosumidores: productores y consumidores de conocimiento en una economía compartida.
Pero este cambio sería disruptivo, y si las sociedades no lograban anticiparlo con suficiente antelación, quienes no pudiesen adaptarse serían arrastrados violentamente por el mar. El mensaje era claro: no hay lucha o resistencia posible contra la gran ola tal como en la obra de Hokusai.
Telecomunicaciones. Estamos ya inmersos en la lucha entre la segunda y la tercera olas. En Costa Rica, el momento es crítico para no ser llevados a las profundidades sin posibilidad de regreso. El lamentable estado de las telecomunicaciones en el país (bajo ancho de banda, poca penetración de fibra óptica, alto costo de servicio, intentos de cobro por descarga) es inaceptable.
Como lo indicara Toffler, el futuro solo estaría limitado por la cantidad de información que es posible transmitir por cada segundo a un costo suficientemente bajo para todos.
La promesa del teletrabajo, por ejemplo, es uno de los pocos mecanismos viables a corto plazo para mitigar nuestros colapsados sistemas de transporte, pero la velocidad y el costo hacen esta opción inviable.
El Estado. Tres proyectos nacionales son críticos. El primero es la reorganización del espectro a partir de criterios y no de intereses económicos basados en utilidades semestrales en vez de décadas de desarrollo.
El segundo es un regulador fuerte y en pro del bienestar social, en vez de fomentar proteccionismo en el sector: las utilidades son buenas hasta que un mercado cautivo lleva a la mediocridad si no se agrega presión de mejora a los operadores.
El tercero es garantizar que la Internet como fuente de desarrollo se mantenga libre, abierta y democrática. Ojalá que quien asuma el Viceministerio de Telecomunicaciones tenga claro que para realizar las bondades de la tecnología, el intelecto y el conocimiento deben tomar precedencia sobre la política, pues no se puede engañar a la realidad.
La visión y pasión de quienes enseñan definen el futuro, y el mundo prometido por la tecnología no significará nada siendo incapaces de entenderlo. Educadores como el profesor Manuel marcan diferencias de por vida: las semillas sembradas con amor rinden los muchos y muy variados frutos.
El autor es investigador.