El ejercicio del poder en democracia es, necesariamente, un ejercicio de realismo.
De ahí surge la famosa –mal entendida a veces, pero muy cierta– expresión: “la política es el arte de lo posible”.
Planteo lo anterior para enfatizar algo que por muchos años he venido señalando: en Costa Rica, los liberacionistas que nos consideramos socialdemócratas estructuramos un enfoque ideológico y programático que desde 1984 denominé Socialdemocracia Remozada (SDR).
Surge partiendo de la realidad, es decir, como producto de análisis de desafíos inmensos, respuestas parciales y una combinación pragmática de acciones de política pública, que hasta entonces correspondían a visiones que se consideraban compartimentos estancos y hasta mutuamente excluyentes.
Comprendí, sistematicé y expuse, entonces, que la socialdemocracia en Costa Rica empezaba a tener un rumbo distinto en sus herramientas de política, sin variar los valores y principios que la sustentan.
Evolución. El Partido Liberación Nacional (PLN) marcó el rumbo que otros partidos de la misma ideología política siguieron después, también con éxito. Ilustro: durante los 60 y 70 del siglo XX, disciplina fiscal y límites al tamaño y expansión del Estado eran planteamientos propios de la “derecha conservadora, liberal a ultranza”, y contrarios a una visión progresista de desarrollo. No había opciones progresistas a la expansión del tamaño y funciones del Estado. El fomento de la producción interna, casi sin consideraciones de eficiencia económica, era un fin incuestionable. Las garantías individuales universales eran más declaración que realidad, aunque sí la libertad y la democracia en esa versión de la socialdemocracia. Ser progresista era expandir el Estado y otorgar derechos. Poco más.
Lo anterior no era tampoco una construcción abstracta, pues respondió con éxito a condiciones reales concretas: Guerra Fría, agudas disparidades entre el campo y la ciudad, debilidad emprendedora privada y un bloque social conservador sólido y activamente opuesto al cambio social.
A partir de los 80, primero en Costa Rica y después en el resto de América Latina y más allá, esas nuevas políticas pasaron a ser parte del “arsenal” disponible para adelantar planteamientos progresistas que hoy nadie serio cuestiona. Se discute, eso sí, cuándo, cuánto y en qué circunstancias y momentos se deben emplear esas políticas. Ya desde hace algún tiempo, especialmente desde la crisis económica del sistema global (2008), el debate socialdemócrata en políticas macroeconómicas gira en torno a cómo llevar adelante políticas anticíclicas, más que si debe hacerse o no. Esto lo adelantó la SDR. Los conservadores, por su parte, evolucionaron hacia el neoliberalismo.
Más que declaraciones. La SDR abarca también el ámbito de los derechos humanos y las garantías individuales. En esto no hay discrepancia con la socialdemocracia tradicional, ni con visiones más liberales. Hoy, esta dimensión es más protagónica y se lleva a cabo un esfuerzo por hacerla más efectiva –ley de igualdad de la mujer, Defensorías– y no tan solo inspiradoras declaraciones, codificadas en leyes que, con frecuencia, resultaban letra muerta.
Y hay discrepancias con enfoques sustentados más en visiones religiosas en nuestro país y el subcontinente. La creación y las acciones de las Defensorías, Cortes de constitucionalidad, junto con un despertar y activismo de la “sociedad civil” son ejemplos de este cambio, ya continental, aunque con excepciones lamentables.
En la socialdemocracia tradicional, para gozar de legitimidad, todo esto debía pasar por el Estado y, frecuentemente, por el Ejecutivo; no así en la SDR.
En el ámbito del ambiente y lo ecológico, en general, el contraste es similar: cuenta mucho el papel de la sociedad civil, aunque el Estado sigue siendo el protagonista, pues solo en él actúan aquellos en quienes el soberano delega transitoriamente el poder. Esto no lo analicé en los planteamientos iniciales.
Enuncio otras características de la SDR en lo referente a políticas macroeconómicas: apertura del comercio exterior, flexibilización del valor de la moneda, valoración de la competencia, papel más activo del consumidor, institucionalidad, reglas y mecanismos de penalización legalmente establecidos y mayor y mejor supervisión y control del Estado en el sector financiero, especialmente en calidad de productos, derechos laborales, etc.
Nuevos actores. Por otro lado, los sindicatos dejaron de ser la forma de organización social única o privilegiada para defender y promover los derechos de los trabajadores, y en general de los sectores sociales no capitalistas.
Hoy, debería ser claro y asumirse que toda organización social, independientemente de sus objetivos y principios y, aún más, si es poco democrática en su gestión o no, llega a sufrir de anquilosamiento, cooptación por parte de subgrupos y otros males que obligan a su revisión y remozamiento periódico. Ello aplica al mismo Estado, sus instituciones, partidos políticos, sindicatos, ONG, cámaras empresariales.
Lo anterior acarrea nuevos problemas y retos: se da una arremetida en favor del papel más preponderante del “mercado”, entelequia presentada como ajena a la acción de agentes concretos, que justifican excesos económicos manifiestos en un aumento exponencial de las diferencias en los ingresos, concentración de la propiedad, polarización social y, más recientemente, debilitamiento de las condiciones laborales y de vida entre trabajadores de los sectores privado y público, en buen grado resultado de la reacción sindical de enfrentar los fenómenos anteriores mediante la búsqueda de ventajas para sectores específicos.
Estas diferencias en condiciones de vida son aún mayores respecto de los sectores propiamente capitalistas, al globalizarse la tendencia de reducir los impuestos corporativos y la elusión impositiva. Artesanos y campesinos “no reciclados” durante el ajuste, los mayores afectados de “la década perdida” y el deterioro de los servicios públicos universales cargan con los mayores costos relativos de esta combinación de fenómenos.
Creo que más bien debe enfatizarse en las fortalezas de una iniciativa privada que, en situaciones de competencia imperfecta, requiere que el Estado intervenga para optimizar los efectos para bien de las mayorías.
Dar respuestas. La SDR tiene la obligación de desentrañar estos fenómenos, sin prejuicios sustentados en una realidad anterior a las revoluciones tecnológica, económica y social de los últimos 35 años. Hay que tener respuestas a estos desafíos, incluyendo la explicación, sin el lenguaje altisonante y confrontativo del extremismo ideológico y político, de la relación orgánica entre la polarización tan aguda que vivimos y el “malestar social” que se expresa, ya con violencia, ya con escapismo o desencanto y confusión políticas.
Es urgente en Costa Rica, que tan bien lo hizo por décadas, y en otros países, recuperar y profundizar la cohesión social. Sin esta, tanto la política económica, como la política y la democracia como tales, irán de una crisis a otra, ante una economía que no genera empleo decente para todos y requiere adaptaciones estructurales. Este es el marco esencial para proteger los derechos humanos y las garantías individuales, condiciones de coherencia para demandar responsabilidades personales a quienes nacen en condiciones adversas.
Política con mayúscula. Si la vida es mucho más que bienestar material, como lo es, esto significa que la Política (con P mayúscula) debe dar respuesta a la paradoja de que la humanidad haya alcanzado niveles extraordinarios de riqueza y de manifestaciones sublimes en la ciencia y el arte, conviviendo con la pobreza abyecta, la vulnerabilidad social y la reducción relativa de oportunidades de acceso a mayores niveles de autonomía y responsabilidad personales.
En esto, la historia (lejana y cercana) nos enseña que la violencia y la aplicación estratégica del conflicto social y la lucha de clases han probado ser mucho menos eficaces que diálogos y acuerdos concertados; eso sí, reconociendo las asimetrías entre los actores.
Todo esto son lecciones aprendidas y desafíos por responder de una visión socialdemócrata que, por ser la que refleja el pacto social del modo menos imperfecto, debe remozarse siempre, con los pies en la tierra y la imaginación en las estrellas.
El autor es economista.