Después de la larga noche del Holocausto en manos del Gobierno nazi, era difícil seguir teniendo fe en la humanidad. Ver hasta dónde puede llegar en su maldad y odio, con la creación de una industria de la muerte es algo por momentos hasta difícil de creer.
En estos días estamos cumpliendo 73 años de aquella noche del 9 de noviembre de 1938 que fue un punto de inflexión en la trágica historia de la Shoá, el Holocausto, la mayor tragedia que enfrentaron el pueblo judío en particular, y la humanidad en general. Ese día ocurrió el tristemente célebre pogrom antijudío conocido como Kristallnacht o “La Noche de los Cristales Rotos”. Las hordas nazis atacaron viviendas, sinagogas y negocios de judíos en toda Alemania y Austria. Hombres, mujeres y niños fueron perseguidos y no pocos murieron maltratados en las calles. La brutalidad y el terror de esa noche demostraron que en Alemania habían desaparecido casi por completo la compasión y la decencia ciudadana, el respeto hacia el prójimo y la solidaridad con el vecino; y no volverían hasta el fin de la dictadura nazi.
En las semanas siguientes, el Gobierno alemán promulgó docenas de leyes y decretos destinados a privar a los judíos de su propiedad y sus medios de vida. Hace 73 años, la locura humana tomó dimensiones que nunca nadie hubiese imaginado. En aquel momento, el mundo permaneció en silencio. Eso permitió a la maquinaria nazi crear su “solución final” y sus campos de concentración y exterminio. La industria de la muerte tomó forma y se llevó la vida de millones de personas.
En nuestra recordación de este año elegimos hacerlo homenajeando a esos pocos que demostraron que se podía cambiar la historia. A los llamados Justos de las Naciones (nominados así por el Museo Yad Vashem, en Israel), hombres y mujeres que aún poniendo en riesgo sus vidas y las de sus seres queridos, decidieron salvar decenas, cientos o miles de personas. En un mundo de debacle moral generalizada, hubo una pequeña minoría que supo desplegar un extraordinario coraje para mantener los valores humanos en pie. Ellos remaron contra la corriente generalizada de indiferencia y hostilidad que prevaleció durante el Holocausto.
La mayoría de los salvadores eran personas corrientes. Algunos actuaban por convicción política, ideológica o religiosa; otros no eran idealistas, sino meros seres humanos a los que les importaba la gente a su alrededor. En muchos casos nunca planearon convertirse en salvadores, y no estaban en absoluto preparados para el momento en el que debieron tomar una decisión de tan largo alcance. Eran seres humanos comunes, y es precisamente su humanidad la que nos conmueve y la que debe servir de modelo.
Hasta ahora, Yad Vashem ha reconocido a Justos de 44 países y nacionalidades; hay entre ellos cristianos de todas las denominaciones e iglesias, musulmanes y agnósticos, hombres y mujeres de todas las edades; provenientes de todos los estilos de vida; altamente educados, así como campesinos analfabetos. Gente como uno, que demostró que podemos marcar la diferencia.
Dice el Talmud que quien salva una vida salva un mundo. Ellos lo hicieron. Por eso, en este momento que recordamos una vez más la larga noche del horror, no queremos dejar de lado a quienes no dieron la espalda y demostraron que podemos seguir creyendo en el hombre, en nosotros mismos.