Para crecer con salud necesitamos cuidados, ayudas, exigencia y algo fundamental: amor. Necesitamos ser afirmados como personas. Los padres que aman auténticamente a sus hijos son los que los educan. Primero con su ejemplo y, luego, con su entrega. Articulan autoridad y confianza dando soporte al desarrollo de una personalidad segura, independiente, positiva y abierta.
¿Son perfectas las familias? No, pero son necesarias. El bien común necesita unidad, sinergia y transferencia ante rápidos y profundos cambios. La sociedad se modifica a través de las generaciones. Existe continuidad o discontinuidad en sus estructuras, comportamientos y valores. El primer modelo de identificación son los padres. Actualmente existe una necesidad de identidad cultural muy fuerte. Identidad de las cosas y de las personas. Urge un sentido de auténtica pertenencia y arraigo. Necesitamos padres presentes y redes de cooperación familiares funcionales. La familia se torna más nuclear y más reducida, por lo que el reto se torna más intenso.
Fuente de apoyo. Las relaciones intergeneracionales son la fuente más frecuente de apoyo. El apoyo social es promotor de salud y los miembros de la familia juegan un rol único en este proceso. Existe una conexión: familia-sociedad y salud. La falta de una relación íntima que proporcione el suficiente apoyo puede potenciar trastornos en la personalidad. Además de abrigo y protección, necesitamos sabernos amados, estimados y valorados. Necesitamos confiarnos a otros.
Aquí los abuelos juegan un papel importante. Aportan la madurez, fruto de sus aciertos y errores conocidos, aceptados y superados. Han capitalizado y hecho rentable la realidad. Han hecho rentables sus propias experiencias. Con su sensatez ganada son gestores de unidad familiar y social. Aportan muchos “grises”, muchas posibilidades de acuerdo por integración. Pueden aportar a la familia mucha objetividad, mucha racionalidad. La soledad “enquista” y en ella el ser humano va muriendo y perdiendo perspectiva. Los abuelos pueden llegar adonde los padres no llegamos. Nuestras aportaciones son distintas. Pueden avisar las crisis y anticiparse a ellas. Pueden compensar desventajas. Pueden ofrecer un significado de la vida con solo una sonrisa y mirada profunda.
¿Queremos verdadera vida y verdadera cultura? Capitalicemos humanismo. El relevo generacional solo puede hacerse en y desde la familia. Vivir es relacionarse y relacionarse requiere humanidad. La ley, el interés y la utilidad no son fundamento de nada permanente. No les concedamos tanto crédito. Las fuentes y fuerzas de apoyo social que necesita este mundo se encuentran dentro de la familia. Ante la realidad de una sociedad muchas veces desequilibrada, nos toca a todos la noble tarea de provocar ese reencuentro con la familia. Con nuestra familia.
Gran desafío. Tenemos un gran desafío de crecer, cambiar, madurar y amar juntos. De ser diálogo cercano, cálido y continuado. Ser atención, interés, participación y comprensión presentes. Vivimos ya mucha soledad, aislamiento e indiferencia que generan personas desatendidas, ignoradas, inacabadas y dolientes, no completadas en su desarrollo personal. Las relaciones intergeneracionales nos permiten ese entretejido humano, ese apoyo insustituible de intimidad humana que conforman la paternidad, la filiación, la fraternidad, la consanguinidad.
La fortaleza de la familia está en su amor, en la riqueza de su intimidad, en su unidad, que es comunicación personal que, durante siglos, sigue mostrando un rostro hermoso, muy humano, aunque las sinfonías no son siempre armonías. Pero por eso no dejan de ser bellas. No hay familias perfectas.