La vida confiere sentido a la muerte, como la muerte confiere sentido a la vida. El devenir es constitutivo del ser. El ser está habitado por el virus de la nada: si en efecto es cambio y movimiento, la nada le es ontológicamente constitutiva. Aún más: podríamos afirmar –como Hegel– que el ser puro y la nada pura son uno y lo mismo.
Ser es, en esencia, estar dejando constantemente de ser, morir una y otra vez, de conformidad con la dialéctica dinámica y transformativa de la vida. Tengo para mí que las personas que más le temen a la muerte son justamente aquellas que también le temen a la vida. Nunca repararon en el fenómeno biológico de la apoptosis: nuestro organismo nos inflige millones de veces la muerte –“asesinato” periódico y programado de las células viejas– a fin de perpetuar la vida del cuerpo.
Muy bien. Diez en filosofía para todos. ¿Y quieren ustedes que estos calandrajos conceptuales puedan consolar, confortar al individuo que soy yo, y hacerlo aceptar su aniquilación serenamente? ¿Saben lo que pueden hacer, con su concepción “heracliteana”, “transformativa” y “dinámica” de la vida? No, no es necesario decirlo.
El hecho es que ningún ser humano, bajo latitud ninguna, en era ninguna de la historia, aceptó radiante y carialegre su propia muerte. ¿Es posible, prepararse para la muerte? Con Montaigne y los pensadores estoicos, creo categóricamente que sí. La más abismal, escandalosa, imperdonable omisión de nuestros sistemas educativos consiste en no enseñarnos a morir.
El autor es pianista y escritor.