El martes 15 de octubre, la Conferencia Episcopal de Costa Rica presentó el documento “Rehabilitar la Política”, con el propósito de ofrecer criterios éticos para “iluminar el proceso electoral y la vida democrática del país”.
Fue un acto que, por sí solo, genera todavía opiniones de distintos sectores. Pero, más allá de debatir sobre la conveniencia o no de que la Iglesia católica exprese su opinión, se deberá reconocer en la propuesta espiritual un camino que siempre tendrá como destino el bien, y el bien común.
En este contexto, y a las puertas de un nuevo proceso electoral, el catolicismo hace bien en actuar con responsabilidad social y aportar elementos morales, éticos, para recordar componentes trascendentales para la toma de decisión de una comunidad electoral cada día más apática a la idea de hacer valer el derecho al sufragio.
Recuerda dicho documento las palabras del Papa Francisco: “En un momento de crisis como el actual, es urgente que pueda crecer, sobre todo entre los jóvenes, una nueva consideración de compromiso político, y que creyentes y no creyentes, colaboren en la promoción de una sociedad donde la injusticia pueda superarse y cada persona sea acogida y pueda contribuir al bien común según su propia dignidad y capacidades”.
Poco queda para agregar. Es evidente la necesidad social de recuperar su salud mediante las bondades que la fe genera: verdad, libertad, justicia, amor, dignidad humana, honestidad, fraternidad, solidaridad, igualdad, humildad.
Es conveniente que Dios esté en todo cuanto emprenda el ser humano: la política, el deporte, la ciencia, la economía, el arte… El llamado de discernir lo mejor es para los electores, empero es oportuno que los candidatos también escuchen esta voz con tan buenas intenciones pues cada quien, desde su plataforma, puede y debe generar el cambio, tan justo como necesario. Hay que apegarse a criterios éticos, morales y espirituales.
Entonces, gobernar y ser gobernados por esta escala de valores aparece como una alternativa viable para visualizar un mejor horizonte en Tiquicia. En todo caso, nada se pierde –y mucho se podría ganar– con el acatamiento de este nuevo enunciado.
Parece ser el momento histórico ideal para que Costa Rica restituya en su cargo a Dios, pues, creyente o no y, además, por sentido común, actuar según lo indica la fe resultará beneficioso para toda la población.