Si usted, al igual que yo, es una de las personas que como costarricense se siente orgulloso de que en este verde país un sismo de 7,6 ºC no disminuya a escombros miles de viviendas y que su número de víctimas fatales no llegue ni a dos dígitos, es importante que conozca a quién debemos que esto sea así.
En primer lugar debemos agradecer a los entes rectores del ejercicio profesional de este país; y llamemos las cosas por su nombre: el Colegio Federado de Ingenieros y Arquitectos. Su gestión visionaria, los hizo años atrás promover, dentro de otros esfuerzos, un Código Sísmico Nacional serio, sin ceder a ciertas presiones comerciales y anteponiendo los intereses nacionales.
En segundo lugar, debemos este resultado a un grupo de profesionales y empresas serias, que han honrado su ética profesional con un ejercicio serio y concienzudo de sus labores. Como en toda actividad humana hay sus excepciones, pero las mismas confirman la regla.
Por tercero y último, pero no menos importante (me atrevo a decir que más) lo que ha diferenciado a Costa Rica de otros países que han vivido como una tragedia similares eventos de la naturaleza, se lo debemos a un sólido Estado social de derecho. Este ha permitido (¿permitió?) que durante décadas, con el acceso universal a la educación, salud, agua, energía y telecomunicaciones, miles de costarricenses de clase baja, media baja o media (como mis padres) aprendieran una profesión y aplicaran sus conocimientos en empresas públicas y privadas que aportaron una cuota vital para el desarrollo y el bien común del país.
Este Estado social de derecho, que tanto nos ha dado, es el mismo al que le vienen dando garrote un montón de “vivazos” que desde el ejercicio del poder político y económico llevan 30 años desmembrándolo por medio de discursos reduccionistas y equilibristas.
Agarrándose de la cantaleta del Consenso Washington, siguen repitiendo como loras el mismo discurso, aunque el propio FMI ya hiciera el mea culpa. Con arengas que suenan muy “sexys” cuando las monologan, buscan vendernos la versión 2.0 del cuento con el único objetivo de traer agua a sus molinos. Logrando así, entonces, hacer negocio de aquellos pocos bienes y servicios que durante años estuvieron al servicio de la sociedad costarricense.
¿Y qué tiene que ver esto con el socollón del pasado 5 de septiembre? Muy sencillo: si usted, como yo, es de quienes se precian de que no pasara a más, de que en Costa Rica la historia fuera distinta, le digo que no debemos olvidar de dónde viene nuestro éxito. No lo hagamos, porque, si lo hacemos, no sabremos qué causas defender ni de quiénes defenderlas, y en algunos años, no de un evento sismológico sino del temblor social y económico es del que nos vamos a arrepentir, cuando nos despertemos y nos demos cuenta que ahora sí perdimos nuestra Costa Rica y su inclusivo Estado social de derecho.