Hago uso de mi derecho a réplica para contestar el artículo “¿Los inventores de enfermedades?” de la psicóloga clínica Saray González, aparecido en LaNación el 30/06/11 a propósito de mi artículo “Los inventores de enfermedades” editado por este mismo periódico el 23/06/11.
Resulta especialmente elocuente que esta señora omita deliberadamente discutir que el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV) es un libro de enfermedades inventadas aprobadas por votación (¿se imaginan que uno fuese diagnosticado de cáncer o párkinson por plebiscito restringido?), que la industria farmacéutica tiene indudables intereses en promover esta mentira en aras de preservar sus multimillonarios ingresos y que numerosos psiquiatras –horrorizados ante la devastación que causa su fraudulenta práctica profesional– advierten sobre las trampas de una pseudociencia al servicio del sistema.
Le sugiero analizar las contradicciones inherentes de su programado discurso. Helas aquí:
1) Tendencia organicista (o bioquímica) de la psiquiatría: es decir, el intento desesperado por parte de la psiquiatría de justificar la ficción en la que se asienta apelando a condiciones biológicas propias del individuo que limitan o condicionan sus procesos sinápticos, haciéndole más proclive a la depresión o a cualquier otro mal engañosamente etiquetado como enfermedad. No existe ningún análisis –sanguíneo, cerebral ni de ningún otro tipo– que avale científicamente semejante patraña destinada a crear miedo y dependencia.
2) Psicodiagnósticos: la estrategia de ensamblar la falsedad diagnóstica desde enfoques obscenamente corporativistas que buscan respaldarse mutuamente en el ejercicio de dicha falsedad. La Dra. Aletha Soler, referente mundial en psicología del desarrollo y fundadora del Instituto de Educación Consciente (Aware Parenting Institute), nos recuerda que la mayoría de los jóvenes implicados en masacres en colegios estadounidenses estaban bajo los efectos de medicación psiquiátrica en el momento de producirse las agresiones.
3) Avances científicos: este punto resultaría cuando menos cómico si no estuviera en juego la desgracia inducida de tantas personas. La psiquiatría no tiene nada que ver con la medicina ni con la ciencia (y, por lo tanto, no puede avanzar científicamente lo que ni siquiera es ciencia), sino –y de acuerdo con psiquiatras como Alice Miller, Thomas Szasz o Elisabeth Kubler-Ross– con el poder.
La supuesta oscuridad en la que según la Sra. González vivían nuestros antepasados, libres de la zarpas de pseudodiagnósticos y pastillas –auténticos arsenales químicos–, era sin duda infinitamente más luminosa que la que vivimos nosotros, al albur de una Inquisición mental que celebra las quemas en silencio. La relación entre antidepresivos y riesgo de suicidio (e incluso de homicidio) es tan evidente que revistas como Journal of Clinical Psychiatry y BMC Medicine se han visto forzadas a publicarla ante la avalancha de demandas en este sentido (fechas 22/02/11 y 22/08/05, respectivamente).
El único argumento que esgrime la Sra. González a modo de kamikaze defensa del colectivo que representa es limitarse a repetir mecánicamente lo que “aprendió” de terceros en vez de contrastar por sí misma esos “aprendizajes” a la luz del ensayo, la documentación, la investigación y la experimentación, esto es, de la ciencia a la que paradójicamente dice consagrarse sin cumplir ninguna de sus disposiciones más elementales.
Quisiera concluir con el edificante testimonio de Elisabeth Kubler-Ross, eminente psiquiatra suizo-estadounidense especialista en el tránsito hacia la muerte y personas moribundas, que consagró su vida a la denuncia de los abusos y manipulaciones de su profesión. Asignada al Departamento de Psiquiatría del Hospital Estatal de Manhattan en Nueva York, donde se acogía a enfermos mentales muy graves, dejó escrito sobre su experiencia: “El pabellón al que me asignaron estaba en un edificio de una planta en el que vivían cuarenta esquizofrénicas crónicas. Me dijeron que todas estaban desahuciadas, que no había remedio para ellas. Observé una sola cosa que podía explicar esa afirmación: la enfermera jefe”. Y tras conseguir resultados milagrosos simplemente humanizando el trato hacia esas personas, concluye: “En lugar de medicamentos, lo que necesitaban era atención y cariño”.