He trabajado con gente grande: humilde, honesta, que no juzga basándose en apariencias. También he trabajado con otro tipo de personas: pendientes del halago, la ventaja y el éxito a cualquier precio. Yo mismo he estado en ambos grupos en determinados momentos de mi vida. Puedo igualmente clasificar a los trabajadores en otras dos categorías; aquellos para los que es importante el título o el estatus por un lado, y los buenos por el otro.
Todos hemos escuchado o pronunciado el discurso de que valemos por lo que somos, no por lo que tenemos. Pero eso nos devuelve a la duda prima sobre quiénes somos. Filósofos, religiosos y hasta científicos han tratado de explicar nuestra esencia: animales políticos, entes espíritu-carnales, productos de la evolución. De lo que sí estamos seguros es de que esa cualidad de ser –digamos– “humanos” nos hace valiosos: tenemos dignidad de fin y no de medio, lo que quiere decir que no somos objetos a ser utilizados por otros, sino personas tan importantes unas como las otras.
Autoengaño. Por eso caemos en autoengaño cuando buscamos un revestimiento de trapos o etiquetas para sentir que somos dignos. Como si para evadir la realidad solo se necesitara una corbata; cual si hábito y monje fueran la misma cosa, como si ser persona no bastara. Un título, decía uno de mis mejores profesores hace muchos años, no debe ser un escudo tras el cual esconderse, ni un altar sobre el cual colocarse cuando no nos sentimos suficientes como seres humanos.
La historia no termina con una autoimagen cadenciada, sino que se proyecta hacia los otros y creemos subhumano a quien no ostente al menos un rango igual al nuestro, una profesión, un título académico, o un lindo vestido; como si lo importante estuviera en el ornamento. No nos cambiamos de nombre al adquirir un grado académico, por tanto no hay razón para no sentirse a gusto si no nos llaman licenciado, magíster, doctor'
Por otra parte, las jerarquías son para dar un orden, no para ganar pleitesía. Aristóteles escribió “Atribuimos el Poder, no al individuo, sino a la razón; porque el individuo revestido del Poder obra bien pronto en su provecho, y no tarda en hacerse tirano”. El poder (económico, político, laboral) será siempre una obligación para con los demás, nunca una condición que permita estar sobre ellos.
A veces también caemos en la trampa de sentirnos menos, solo por ser de cuna humilde, por ganarnos el sustento con las manos . Aunque la situación es contraria, el error es el mismo. Nuestros actos manifiestan lo que somos realmente; menospreciar a otras personas por considerarlas de condición inferior a la nuestra habla de una escasa comprensión de lo que es realmente importante. ¿Qué lo es? ¿El frasco o la esencia? ¿La persona o su decorado y etiqueta?