En fecha reciente (semana del 19 de agosto) visité el Perú, una de las economías más dinámicas de la región que ha crecido, durante la última década, a una envidiable tasa anual promedio del 6,5%. El país combina un nivel bajo de deuda con altas reservas y un sólido manejo macroeconómico. Standard & Poor's le acaba de mejorar la calificación de su deuda convirtiéndola en la segunda mejor de la región. Según el informe Doing Business del BM es el tercer país con mejor clima de negocios de Latinoamérica. Por su parte, y gracias a las políticas sociales de los últimos tres gobiernos (Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala), el país logró una reducción significativa de la pobreza, la cual pasó del 59% en el 2004 al 26% en el 2012.
Todos estos cambios y sus efectos en la sociedad peruana son fáciles de percibir desde que uno arriba al renovado y congestionado aeropuerto de Lima, transita por sus calles repletas de vehículos, observa el boom del consumo y de la construcción, así como a la hora de disfrutar de la excelente cocina peruana en los cientos de restaurantes atiborrados de peruanos, turistas y empresarios provenientes de todas partes.
Angustia e incertidumbre. Pese a todas estas buenas noticias, me encontré un país en estado de alerta y angustiado por la actual coyuntura, sobre todo por el efecto que podrían llegar a tener para la marcha de la economía peruana la desaceleración de china, la caída de las exportaciones peruanas (no tanto en volumen, sino en el precio de las mismas) y la pérdida del valor del sol frente al dólar (alrededor del 10,5% durante el presente año).
Incertidumbre y contradicciones que también pude observar en el seno del Gobierno. Un primer comentario del presidente Humala señalando que “la crisis llegó al Perú. Son épocas de vacas flacas” fue rápidamente rectificado por el mismo mandatario, expresando que, “mientras en otros sitios hay tormentas, en Perú hay apertura de las nubes y está soleado”. Por su parte, el ministro de Economía y Finanzas, Luis Miguel Castilla, señaló en esos mismos días que el Perú no es una excepción en el mundo y, similar a lo que está ocurriendo en toda América Latina, anunció una corrección a la baja de la tasa de crecimiento de este año, del 6,3% al 5,7%.
Política precaria. En Perú, la buena marcha de la economía durante la última década no se condice con el estado precario de la política ni con la baja legitimidad de las instituciones. El presidente Humala está aislado y con una popularidad a la baja (cayó del 54% al 29% en los últimos meses, según la reciente encuesta de Ipsos). Entre las principales razones que explican semejante desplome cabe citar: las promesas incumplidas (64%), la inseguridad ciudadana (53%), la existencia de corrupción en su gobierno (36%) y haber nombrado gente inadecuada en cargos públicos (32%).
A ello debemos sumar el grave y extendido fenómeno del transfuguismo, la crisis de credibilidad de los partidos y de varios de sus líderes más prominentes, así como la severa crisis de legitimidad que afecta a las instituciones, la mayoría de las cuales están bajo sospecha de estar siendo penetradas por el narcotráfico. Los datos de la VII encuesta nacional sobre percepción de la corrupción son preocupantes. Para los encuestados, las tres instituciones más corruptas son: el Congreso, la Policía y la Justicia. Los elevados niveles de impopularidad de las principales instituciones peruanas (de los más altos de la región) son igualmente alarmantes: 81%, el Congreso; 78%, el Poder Judicial y 67%, el Ejecutivo.
La combinación de una desaceleración económica, la existencia de un alto y creciente número de conflictos sociales (asociados en gran medida a la minería) y la debilidad y aislamiento del Gobierno han llevado a Humala a convocar a un dialogo nacional con el objetivo de mejorar la comunicación política y establecer una agenda consensuada que garanticen el crecimiento del Perú, a pesar de la crisis financiera global.
Pese a las críticas y reticencias provenientes de varios partidos, sobre todo respecto de la decisión de Humala de autoexcluirse del diálogo, delegando la coordinación del mismo en su primer ministro, Juan Jiménez, la totalidad de las principales fuerzas políticas han aceptado participar. El diálogo comenzó el pasado lunes.
Lo breve del tiempo transcurrido impide formular un juicio definitivo acerca del resultado final de este importante y necesario ejercicio. La experiencia comparada evidencia que son procesos plagados de reproches y obstáculos (como ya podemos observar), y que su éxito depende en gran medida de la madurez, buena voluntad y compromiso de las partes. El Gobierno no debe sentirse dueño de la verdad y, por ende, debe estar predispuesto a dialogar y escuchar. No debe intentar apropiarse, para su exclusivo beneficio, de los resultados positivos que surjan del mismo, ya que estos pertenecen a todas las partes. A la oposición le corresponde ejercer un control y crítica constructiva de la gestión gubernamental y acudir al diálogo con una actitud abierta y propositiva.
Mi opinión: El talón de Aquiles del Perú es más de naturaleza política e institucional que económica. De los cinco años del mandato de Humala, han transcurrido solo dos. Quedan por delante tres largos años plagados de desafíos e incertidumbre. La mejor manera de transitar este período es mediante un proceso de diálogo que reduzca la crispación política, mejore la comunicación entre el Gobierno y los partidos y defina una agenda común sobre unos pocos pero fundamentales temas.
Dotar esos acuerdos y sus respectivas reformas de un amplio consenso político, empresarial y social, con el objetivo de mejorar la gobernabilidad, es el camino más inteligente para conservar la confianza de los mercados, garantizar las mejores tasas de crecimiento que permita la coyuntura, tonificar al Gobierno y a la oposición en sus respectivos roles, y avanzar progresiva pero decididamente en la necesaria relegitimación de las instituciones.
Daniel Zovatto, director de IDEA Internacional para América Latina y el Caribe.