En las noticias nacionales, vimos que un policía y una educadora, enarbolan con orgullo y desfachatez símbolos y posturas nazis. Aparte de lo anterior, en Ochomogo, Cartago, existe al día de hoy,un monumento construido en 1939, que celebra al nazismo. También en las redes sociales suceden cosas similares todo el tiempo.
El 27 de enero, el mundo conmemora el Holocausto. Ese día se recuerda y honra a quienes no pudieron hacer nada para defenderse y también a aquellos, judíos o no, que dieron sus vidas como héroes en la defensa de la humanidad.
A partir de 1933, Alemania legalizó la violencia contra ciudadanos, constituidos y plenamente integrados a su sociedad desde hacía cientos de años. Desde 1939 y hasta 1945 se dio el conflicto bélico más grave del siglo XX, que terminaría avergonzando a Alemania hasta el día de hoy y en el que se asesinó sistemáticamente a seis millones de seres humanos de una misma religión, entre ellos 1.500.000 niños. El mundo en su mayoría, con su indiferencia y su silente aprobación a la Solucion Final de Hitler, colaboró con la eficiencia nazi. La locura, ceguera y sordera voluntaria embargaron a Alemania, a Europa y casi al mundo entero.
Casi todas las familias que integran las comunidades judías del mundo tienen por lo menos un familiar que huyó de Europa porque se atentaba contra la tolerancia y contra sus vidas. El común denominador es tener familiares que murieron asesinados por los nazis. Yo misma escuché las historias de horror de algunos sobrevivientes y sigo sin entender cómo la humanidad pudo llegar a ese nivel de maldad pura.
El 8 de mayo de 1985, el presidente de la República alemana, Richard von Weizsäcker, dio un histórico discurso en el Bundestag [Parlamento alemán], al conmemorarse cuarenta años del final de la guerra. Con una honestidad sin precedentes, dijo: “En nuestro país, una nueva generación ha crecido para asumir responsabilidad política. Nuestros jóvenes no son responsables de lo que sucedió hace 40 años. Pero sí son responsables de las consecuencias históricas.
Las generaciones anteriores, les debemos honestidad. Debemos ayudarlos a entender por qué es vital mantener la memoria viva. Debemos ayudarlos a aceptar la verdad histórica con sobriedad, imparcialmente, sin refugiarse en doctrinas utópicas, y sin arrogancia moral. De nuestra propia historia nos enseñó lo que es capaz el hombre.”
En la Alemania de hoy, por un asunto de conciencia básica, prohíben y castigan la exaltación de cualquier símbolo nazi, xenófobo o racista. Se enseña sobre la tolerancia a sus niños y jóvenes desde la infancia temprana para que vivan en una sociedad libre y justa. Los llevan a los campos de concentración para abrirles los ojos al espantoso error cometido por sus antepasados, para que nunca jamás lo repitan.
Los cuerpos policiales alemanes defienden la coexistencia pacífica. El gobierno constantemente hace esfuerzos por compensar lo sucedido hace tan solo 65 años. El pueblo, incluyendo a veteranos de dicha guerra y sus descendientes, se levanta en protesta a la sola mención del nazismo. Muchos de estos veteranos se averguenzan de su participación dentro del ejército nazi y hoy quisieran poder cambiar su historia y que se los recordara y respetara por haber actuado como héroes valientes al oponerse y pelear, aunque fuera en la resistencia clandestina, contra ese régimen totalitarista y asesino del que se supieron parte. Por haber tenido misericordia y haber salvado las vidas de los que no podían hacer nada para defenderse. Por trabajar en la búsqueda de la afinidad humana, en el amor por el prójimo.
Muchos reconocen con dolor que su participación, obligatoria o no, no fue correcta y colaboran educando a las nuevas generaciones para que nunca más repitan lo acontecido entre 1933 y 1945.
La historia del nazismo, haya sido impuesto o no, no es algo que Alemania quiera celebrar jamás.
No podemos ser indiferentes. Como costarricenses, debemos defender el derecho inalienable que tenemos todos los que componemos nuestra sociedad, de vivir tranquilos y en paz, en el marco del respeto absoluto a los demás. Nadie debe hacer que otro ciudadano, sea cual sea su credo religioso, afiliación política, orientación sexual, etc., se sienta inseguro, en su propio país. No en Costa Rica, crisol de culturas y pueblo de paz.
En pleno siglo XXI, ¿quién querría ostentar o celebrar con orgullo algún símbolo del asesino, xenófobo, homofóbico, racista, totalitarista y vergonzoso régimen nacionalsocialista alemán del siglo pasado, que dejó al mundo con cuarenta millones de muertos? ¿Quién?