"Las percepciones de israelíes y palestinos oscilan hoy entre las promesas del mañana y las duras circunstancias del presente."
Un atentado más en el corazón de Tel Aviv: otro amargo despertar en la promesa de una paz deseada pero desmentida a diario por el embate del terror palestino. Cuán distantes lucen hoy las esperanzas surgidas dos años atrás con el histórico apretón de manos entre Yitzhak Rabin y Yasser Arafat en la Casa Blanca. Nunca en el pasado, ni siquiera en los peores momentos de asedio, el Estado hebreo enfrentó una campaña terrorista tan cruenta como la actual. ¿Qué sucedió con los alentadores augurios de amistad y superación de un conflicto centenario?
Poco antes de producirse el más reciente ataque terrorista en Tel Aviv, la semana pasada, el diario israelí Ma'ariv publicó los resultados de una encuesta nacional sobre el proyectado repliegue del Ejército hebreo para ampliar el ámbito de autoridad de la Organización de Liberación Palestina (OLP) en Cisjordania. El 53 por ciento de los entrevistados se manifestó en contra de dicho retiro en tanto que un 33 por ciento lo apoyó. Significativamente, el 56 por ciento consideró que tal paso reduciría su seguridad personal. En un sondeo similar, del rotativo Yediot Ahranot, 64 por ciento opinó que su seguridad personal y la de sus familiares se vería perjudicada por la planeada salida. Y aunque el 52 por ciento manifestó respaldar el proceso con Arafat, el descenso desde el aval registrado en setiembre de 1993 --cercano al 70 por ciento-- es notorio. Paralelamente, una consulta sobre preferencias electorales divulgada por Ma'ariv el 21 de julio, dio una ventaja de seis puntos al líder del opositor Likud, Binyamin Netanyahu, frente al Primer Ministro laborista Yitzhak Rabin.
La tendencia reflejada en dichas cifras posiblemente se acentuará a raíz del sangriento episodio del lunes antepasado. Es obvio que el público israelí ya mira con ojos más críticos el cuestionable mando de Arafat y, en especial, su débil actuación frente al terrorismo. También el conglomerado palestino evidencia creciente descontento debido a la inescrupulosa gestión de la OLP.
Empero, Rabin, quien originalmente aseguró que el pacto con la OLP garantizaría el fin del terror palestino, cuenta todavía con un considerable caudal electoral. Y Arafat, a pesar de todos sus bemoles, se las arregla para mantener a flote su precario gobierno. Por ello, si bien una mayoría de israelíes y palestinos está insatisfecha, el proceso continúa. Pero, ¿por cuánto tiempo más?
Muy pocos disputarían hoy que Arafat es la pieza floja en el andamiaje de la paz con los palestinos. ¿Había otra opción? Sí: las negociaciones en Washington originadas en la conferencia de Madrid. Era una avenida a más largo plazo y menos rentable en el contexto electoral inmediato de Israel y Estados Unidos, pero muchísimo más confiable en términos de la legitimidad del liderazgo local de Cisjordania y Gaza. Las consecuencias de la decisión que descartó a Washington en favor de Oslo y la OLP están a la vista.
Yigal Carmon, respetado especialista y ex asesor de Rabin, comentando el ataque suicida de la semana anterior, señaló que en los convenios de Camp David, en 1978, el entonces gobernante israelí, Menajem Begin, decidió pagar un alto precio territorial por la paz con Egipto. La ciudadanía hebrea respaldó la entrega del Sinaí al antiguo enemigo porque a cambio obtuvo paz con un ingrediente esencial: seguridad. Y a pesar del deterioro en la relación bilateral tras el asesinato del presidente Anwar Sadat, la paz con seguridad pactada ha perdurado.
Muy distinto ha sido el efecto de los acuerdos con la OLP, opina Carmon: "El precio que nos vemos forzados a pagar es doble: tenemos que pagar en territorio y, al mismo tiempo, en reconciliarnos con la perpetuación del terrorismo. Esto no es territorio por paz sino territorio por una ola de terrorismo cuyo final nadie osa predecir." Hasta los más ardientes defensores del trato con la OLP admiten que el terrorismo persistiría aún con el establecimiento de un Estado palestino. Uno de ellos hizo una confesión sorprendente: "Las negociaciones con la OLP nada tienen que ver con seguridad ni con terrorismo sino con la paz."
El profundo anhelo de paz entre los israelíes y ha desafiado las desalentadoras nuevas del terrorismo cotidiano. La escritora italiana Fiamma Nirenstein hablaba hace poco de las "alucinaciones de paz" de esta democracia vibrante, "la única de la región y la única democracia del mundo que se halla en guerra", ansiosa de terminar con el hostigamiento sufrido desde su fundación. A pesar del fundamentalismo islámico, enemigo común que acosa a Israel y a los Estados y entidades árabes con quienes se encuentra oficialmente en paz --Egipto, Jordania, la OLP, y ciertos países de Noráfrica y el Golfo Pérsico--, ninguno de estos "ha sentido la necesidad de rehabilitar la imagen de Israel dentro de sus propias sociedades y culturas."
Esta lamentable situación es particularmente clara en la esfera palestina. La arraigada vocación guerrillera del jefe de la OLP le impide transformarse en el estadista exigido por el actual momento histórico de paz con Israel. A ello se suma el desinterés de Arafat en dedicarse al desarrollo nacional de la población árabe de Cisjordania, motivo de su abrupta ruptura con los círculos intelectuales y numerosos dirigentes democráticos palestinos. En cualquier caso, su estilo autocrático y sus despropósitos financieros, documentados ahora por el Capitolio en Washington, han provocado declinantes niveles de vida en Gaza. Por otra parte, la incesante retórica de odio e incitación a la violencia contra Israel de Arafat, no opacada por sus esporádicas declaraciones censurando el terrorismo, formuladas en inglés y para oídos exclusivos de la prensa occidental, no pasa inadvertida entre el bien informado público hebreo.
De esta forma, las percepciones de israelíes y palestinos oscilan hoy entre las promesas del mañana y las duras circunstancias del presente. Los intentos de paz, con sus traspiés, momentos esperanzadores, espejismos y realidades, emergen como indiscutible eje central de la historia contemporánea de Levante. De eso no cabe duda. Lo que difícilmente alguien se atrevería a predecir es el epílogo de este drama, lleno de incógnitas y de presagios de más sangre y violencia. No en vano el Presidente de Israel, Ezer Weizman, ha instado a Rabin a hacer un alto en el camino y repensar el proceso político con la OLP. Probablemente solo así podría rescatarse la verdadera paz, aquella dotada de seguridad para los judíos y de desarrollo nacional y prosperidad para los palestinos.