En días recientes, la prensa internacional ha destacado la confirmación de las teorías de Vladimir Nabokov sobre la evolución de un grupo específico de mariposa, un lepidóptero llamado Polyommatus blues.
Nabokov planteó su teoría evolutiva sobre estas mariposas en 1945, recibiendo muy poca atención de parte de los científicos especializados, quienes lo calificaban de investigador aplicado, pero poco distinguido.
Esta sería una historia cualquiera de una confirmación tardía de una intuición científica –basada entonces en la mera observación– si no fuera porque quien la propuso fue uno de los grandes novelistas del siglo XX, renombrado por sus obras Lolita y Ada o el ardor. La confirmación de esta teoría evolutiva fue llevada a cabo por científicos norteamericanos haciendo uso de secuenciación genética.
Descubrimiento fundamental. Este es un ejemplo, entre muchos que podrían mencionarse, de la fertilidad cognoscitiva que ha mostrado, a lo largo de los años, el descubrimiento seminal de la estructura del ADN.
Este descubrimiento es sin duda uno de los más importantes de la historia y sus repercusiones se observan en prácticamente todos los campos del saber; entre ellos, Biotecnología, Neurociencias, Educación, Política, Psicología, Sociología y Filosofía. Los campos aparentemente más lejanos de la genética molecular no son, por cierto, los menos interesantes.
En las ciencias del comportamiento, el desciframiento de la estructura del ADN y hallazgos ulteriores no han cimentado un pensamiento determinista, como podría haberse esperado; más bien han fomentado paulatinamente una visión del desarrollo humano basada en la complejidad y la creciente organización, lo cual implica que siempre hemos de contar con una indeterminación, o sea, que existe incertidumbre respecto del comportamiento humano, así como también una limitada predictibilidad.
Por otro lado, la Filosofía de la Ciencia, dedicada durante mucho tiempo sobre todo a la Física, ha encontrado en la Biología y la genética molecular campos muy fructíferos de estudio, de manera que hoy la Filosofía de la Biología constituye una disciplina muy dinámica y productiva. Uno de los temas en que mayor impacto han tenido los resultados científicos y tecnológicos de la investigación genética se sitúa en un terreno más cercano a la vida diaria de las personas. Es el ámbito de la moral y la ética; la genética molecular ha inspirado disquisiciones sociales, políticas y filosóficas de especial interés y llamativas implicaciones.
Quizá la discusión más conocida – y esto debido a la celebridad de su autor – es la llevada a cabo por Jurgen Habermas en su libro El futuro de la naturaleza humana: ¿Hacia una eugenesia liberal? En esta obra, el filósofo alemán discute los alcances de la genética y sus derivaciones sobre la manera en que la especie humana se comprende a sí misma desde un punto de vista ético. No sorprende que sea un filósofo alemán quien haya escrito uno de los más importantes tratados éticos sobre genética, dado el abuso que ella experimentó en su tierra en la primera mitad del siglo XX.
Motivo de debate. Las implicaciones mencionadas –y muchas otras que podrían invocarse– hacen que la visita de James Watson constituya una magnífica oportunidad para el intercambio de información, discusión y debate.
En un artículo del New York Times del 2007 se citan las siguientes palabras del astrónomo Martin Rees: “En contraste con los compositores, hay pocos científicos cuyas obras tardías sean sus mejores.” De Einstein, en su años postreros, se decía que no dominaba la física de su tiempo. Este es un riesgo que corre cualquier científico en una época de crecimiento exponencial del conocimiento. En el caso de aventurarse en campos que no le son conocidos, el científico –brillante en su especialidad– puede caer en lo ridículo y, en ocasiones, hasta en lo vil, pero con el agravante de que, cuando un científico de prestigio habla, parece hacerlo también la Ciencia y así quienes escuchan pueden creer que tras esas palabras se encuentra el endoso de una reputada institución.
Es por ello ineludible invocar la responsabilidad social de las y los científicos, así como abrir el espacio académico para el libre intercambio de ideas, aunque nos resulten inaceptables. Si no se dan esos espacios, se pierde la valiosa oportunidad de restarles su virulencia en la esfera pública.
Fatal es lo contrario, o sea negarles la palabra pues se violenta así un preciado valor de la institución universitaria, la libertad de cátedra. Menos aún debe responderse a presiones externas, puesto que en este caso se irrespeta, desde lo interno, la autonomía universitaria. En la defensa de valores se dan con frecuencia dilemas éticos, pero estos no se resuelven mancillando uno a favor de otro.