Cuando se tiene orden en todo y para todo, la vida se hace más fácil y fructífera, más llena de paz, de optimismo y de alegría. Además, el orden acrisola la firme voluntad de hacer el bien y de acrecentar una virtud un tanto empobrecida: el orden.
No basta desempolvar el viejo adagio, útil ayer como hoy: “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”. Este adagio se refiere, ante todo, al orden material, importante, sí, pero no único.
Existe otro: el orden interior, aquel referido a la imaginación, la memoria, los sentimientos, el pensamiento… De aquí parten muchas cosas. Una de las principales son las decisiones, a veces tomadas sin prevalencia de la inteligencia u obedeciendo a engañosos consejos, algunos tamizados de sinrazones o mediando intereses inconfesados.
Un experto en estos temas, el británico David Isaacs, define así la virtud del orden: “Se comporta de acuerdo con unas normas lógicas, necesarias para el logro de algún objetivo deseado y previsto, en la organización de las cosas, en la distribución del tiempo y en la realización de las actividades, sin que sea necesario recordárselo” ( La educación de las virtudes humanas ).
Otro reconocido autor recomienda, al vivir una virtud, tener presente dos aspectos: lo que se hace y el modo de hacerlo, ya sea bajo el orden material del mencionado refrán o bajo el orden interior, tan importante para enriquecer el sentido de la vida.
Virtud. Ahora bien, como el saludo más común, más popular, es “pura vida”, no habrá una vida así cuando impera el desorden, material o interior. Por consiguiente, pongamos orden en nuestras vidas, tanto en lo visible como en lo invisible.
El orden es una virtud necesaria para conocerse mejor, para ser más humanos y optimistas, para aprovechar el tiempo y reorganizar quehaceres diarios; también para clarificar el pensamiento, los discursos, los escritos y los proyectos, la toma de decisiones.
El país está demandando un nuevo estilo de vida, más estructurado e inteligente, con trámites administrativos ágiles y expeditos; un país más responsable y ético, más solidario y dialogante.
Asimismo, los costarricenses debemos querer más al país, acercarnos a sus realidades, positivas y negativas, y llevarlo en el corazón. Ojalá esto sea una verdadera convicción.
Vale la pena tener orden en todo y para todo.
El autor es abogado.