A alguien se le ocurrió que lo mejor para los habitantes del planeta es vivir bajo una misma hora; no como ocurre en la actualidad, que cuando en Costa Rica son las 12 mediodía, en Francia son las 7 de la noche. La forma de hacerlo es conviniendo en que, por ejemplo, la medianoche de Costa Rica sea la hora cero para todos los países del mundo, y que el reloj muestre 24 horas, en vez de 12. Todo coordinado.
Sin embargo, habría que tener presente unos cuantos detalles: mientras en Costa Rica las ocho horas típicas de dormida nocturna serían, por ejemplo, de las 21 horas de un día a las 5 del siguiente, en algún lugar de la India la gente irá a la cama de las 9 a las 17 horas, porque en la antípoda (medianoche aquí es mediodía allá) la diferencia horaria es exactamente 12. Conforme a esta propuesta de unificación horaria, cuando aquí sale el Sol los relojes mostrarán que son (aprox.) las 6 horas, pero en países situados en nuestra antípoda los de ellos marcarán las 18 horas. El que en Costa Rica la cosa no cambie tanto, como es el caso en otros países, se debe al privilegio de haberla utilizado como el origen horario.
En el año 1792, Francia adoptó un calendario llamado republicano, que tenía apoyo en el sistema decimal y borraba de un plumazo todas las fechas religiosas. A fin de cuentas, era un calendario nacido de la revolución y su base debía ser “racional”. Tenía 12 meses de 30 días cada uno, y cada mes tres décadas (en vez de semanas), con pequeños agregados para completar los 365 días y los de años bisiestos.
El inicio de este calendario fue el equinoccio de otoño del hemisferio norte, que coincidía con el inicio de la República. Los meses tenían nombres acordes con la estación y lo que mostrara la naturaleza: vendimiario (vendimia), nivoso (nevado), pluvioso (lluvia), brumario (bruma), germinal, floreal, mesidor (cosecha), etc.
Resistencia al cambio. Todo muy bonito, excepto que las semanas en realidad pasaron a ser de diez (10) días, cuyos nombres fueron cambiados de lunes, martes, etc., a día primero, segundo, tercero, etc. Qué aburrido y qué trágico, porque los nombres del calendario anterior son en honor de los astros Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, etc.
No en vano semejante cambio generó gran oposición social y –por eliminar la referencia a fechas y conceptos religiosos– enojó al papado. “Dios hizo el mundo en seis días y el sétimo descansó. Así deben ser las semanas, de seis días de trabajo más uno dedicado al Señor”. Y así se ganó la batalla. El uso del simpático calendario republicano, que operó en Francia y sus colonias en América y África, fue abolido por Napoleón el primero de enero de 1806.
En la Edad Media, el gremio de pintores de casas de Baden-Baden, Alemania, reconociendo que si sus miembros utilizaban brochas muy anchas terminaban el trabajo muy rápido, adoptó la regla de no utilizar brochas de más de dos pulgadas. Con eso se aseguraban sus miembros ser contratados por más horas. Hoy muchos piensan que, como los robots y computadoras han arrebatado muchos trabajos a mucha gente (por ejemplo a contadores, ascensoristas y dibujantes de planos), se hace necesario poner un fuerte impuesto a los primeros. Salados Citripio (C3P-O) y Arturito (R2-D2).
Propuesta impositiva. Hablando de impuestos, he aquí una propuesta nacionalista de reforma del impuesto sobre la renta de personas jurídicas que, en el año 2010, planteó el profesor Allan J. Auerbach de la Universidad de California en Berkeley, la cual gusta a Mr. Trump y cuyo propósito es retener a más empresas dentro del territorio de los Estados Unidos.
La propuesta consiste en que para efectos del cálculo de la renta imponible las empresas podrán deducir la totalidad de las inversiones que hagan durante el año fiscal, lo cual se espera estimule la inversión y, por tanto, la productividad laboral.
Así, entre los costos de producción no figurará más la depreciación anual de activos, pues no habrá nada que depreciar. Tampoco se permitirá deducir el monto de los intereses pagados a terceros sobre deudas que adquieran las empresas, pues eso desestimula su financiamiento con capital propio y lleva al sobreendeuda-miento.
Los productores de bienes y servicios incluirán dentro de los ingresos anuales las ventas al mercado doméstico, pero no lo que obtengan por sus exportaciones, y deducirán todos los costos incurridos en el territorio nacional. Más felices no podrían estar, pues pagarían menos impuestos que en la actualidad.
Por el contrario, las empresas que importen materias primas y productos intermedios para incorporarlos a producción que vendan en los Estados Unidos reportarán como ingreso las ventas, pero no podrán deducir como costo lo comprado en el exterior. Esto las llevará a pagar más impuestos que hoy.
El esquema propuesto tiene un toque mercantilista, pues equivale a penalizar las importaciones y a subsidiar las exportaciones, lo que (haciendo caso omiso de cómo podría reaccionar el precio del dólar estadounidense en el mercado internacional) haría que el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos de los Estados Unidos se reduzca y que el nivel de empleo crezca.
De adoptarse, él contribuirá a frenar y quizá revertir el fenómeno conocido como inversions, por el que empresas grandes gringas se dejan comprar por otras pequeñas domiciliadas en países con tratamiento tributario favorable y trasladan su domicilio y propiedad intelectual a esos países, desde donde producen para suplir el mercado estadounidense.
Aumento de precio. Los consumidores estadounidenses, empero, se arriesgan ver encarecidos los productos made in USA que tenían componentes importados baratos. El empleo en otros países, que en parte lo proveían empresas estadounidenses que producen para ese mercado, se vería reducido. Tomemos nota los ticos.
Es bien sabido que hay formas sencillas y formas complicadas de hacer las cosas. Por ejemplo, la cantidad de ganado en una finca en San Carlos se puede conocer contando el número de cabezas o, alternativamente, contando el número de patas y rabos y dividiendo luego por cinco. El esquema de impuesto sobre las utilidades empresariales que he comentado es ejemplo de un mecanismo alambicado para alcanzar lo que una simple rebaja en la tarifa impositiva máxima del impuesto sobre la renta empresarial habría podido lograr.
Con impuestos bajos, como los que operan en Irlanda, no habría razón para que empresas gringas emigraran a dicho país, haciendo que, en la práctica, la tasa del 35% del impuesto sobre la renta empresarial en Estados Unidos se tornara irrelevante y haya perdido poder recaudatorio.
Mejor no sigo relatando ocurrencias para no asustar más a la gente.
El autor es economista.