Estamos en Occidente… y desorientados. De una crisis a otra, el rumbo perdido, la identidad trasquilada. ¿Por qué no “occidentarnos”? Miguel de Unamuno, un español de hierro, ya lo proclamó en su hora, y entre refunfuños: “Lector –dijo–, yo no quiero entenderme contigo, ni que tú te entiendas conmigo, pues mi yo es mi yo y nunca podrá ser tu yo, es decir, tu tú; a menos que anulemos el yo para caer en aquello del tú y ya no haya más que tú: el tú tuyo, el tú mío, el tú de este, el tú de aquel, etcétera”…
Hay mucho fuego en don Miguel, admito, pero ¿no es cierto que su furia goza de actualidad cósmica y existencial? Le doy un ejemplo. ¿Quiere usted estimular su inteligencia? Pues siéntese mirando hacia el oeste y, de pie o acostado, con la cara y el cuerpo virados al poniente, su ánimo dará un brinco (es que de esta forma aumenta el número de glóbulos rojos y blancos de nuestro organismo). Asimismo, ¿sabía que los constructores de las catedrales del Medioevo disponían las puertas de entrada y los atrios en dirección oeste para facilitar la emotividad religiosa?
¿Por qué no acatar dichas vivencias y responder positivamente a los encargos del medio? ¿Por qué ir siempre a contravía del biorritmo nativo y olvidar el ser originario, el yo de Unamuno?
Recibimos un legado cultural mágico de abuelos griegos y romanos que aún vale, y que nos abre los ojos a la verdad de oriente, que no es solo comercio. Por esto, en medio del caos, “occidentarnos”, amigo, será una clave y la oportunidad de tutear al espíritu y llenar de música el presente.