PRINCETON – El pedido reciente del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de aliviar la austeridad impuesta a Grecia es destacable, y no solo por su respaldo a la posición negociadora del flamante Gobierno griego frente a sus acreedores oficiales. Los comentarios de Obama representan un quiebre con la tradición de larga data de un silencio norteamericano oficial respecto de los asuntos monetarios europeos. Mientras que los académicos en Estados Unidos solían denunciar las políticas de unión monetaria de Europa, su Gobierno siempre miró para otro lado.
Quienes critican al euro, o cómo se lo maneja, corrieron el riesgo durante mucho tiempo de ser tildados de anglosajones o, peor aún, de antieuropeos. La primera ministra británica Margaret Thatcher pronosticó acertadamente la locura de una unión monetaria europea. Gordon Brown, en su cargo de ministro de Hacienda británico, siguió los pasos de Thatcher. Cuando su personal presentó razones cuidadosamente investigadas para no sumarse al euro, muchos europeos hicieron una mueca de desagrado.
Y es por eso que la declaración de Obama fue una bocanada de aire fresco. Se produjo un día después de que la canciller alemana, Angela Merkel, había dicho que Grecia no debería esperar más alivio de la deuda, y que debía mantener la austeridad. Mientras tanto, después de días de amenazas no tan veladas, el Banco Central Europeo está a punto de reducir el financiamiento a los bancos griegos. Los guardianes de la estabilidad financiera están amplificando una corrida bancaria desestabilizadora.
El alejamiento de Obama de la insularidad intelectual de Europa es mucho más destacable, porque incluso el Fondo Monetario Internacional ha cedido a la ortodoxia impuesta por Alemania. Como le dijo la directora del FMI, Christine Lagarde, al Irish Times : “Una deuda es una deuda, y es un contrato. No pagar, reestructurar, cambiar los términos tiene consecuencias”.
El Fondo brindó su apoyo en los años 1990, cuando se pergeñó la desventura de la eurozona. En el 2002, el director del Departamento Europeo del FMI describió las reglas fiscales que institucionalizaron la cultura de la austeridad persistente como un “marco sólido”. Y, en mayo del 2010, el FMI respaldó la decisión de las autoridades europeas de no imponer pérdidas a los acreedores privados de Grecia, una medida que fue revertida solo después de que un ajuste del cinturón fiscal sin precedentes hizo que la economía griega cayera en picada.
Las demoras y errores en la gestión de la crisis griega comenzaron temprano. En julio del 2010, Lagarde, que era la ministra de Finanzas de Francia en ese momento, reconoció el daño generado por esas demoras iniciales: “Si hubiéramos podido abordar la deuda de Grecia desde un principio, digamos en febrero, creo que habríamos podido impedir que se convirtiera en una bola de nieve como sucedió después”. Incluso, el FMI admitió que había sido un error no imponer pérdidas a los acreedores privados de entrada. Finalmente, recién lo hizo en junio del 2013, cuando ya se había causado el daño.
Hay muchas culpas por repartir. El exsecretario del Tesoro de Estados Unidos Timothy Geithner defendió una postura de línea dura contra una reestructuración de la deuda durante una crisis. Como resultado de ello, a pesar de las advertencias de varios directores del FMI en mayo del 2010 de que una reestructuración era inevitable, Estados Unidos respaldó la posición europea de que había que pagarles a los acreedores privados en su totalidad.
Lee Buchheit, un prominente abogado especialista en deuda soberana y el hombre que gestionó la reestructuración final de la deuda griega en el 2012, fue sumamente crítico de la incapacidad de las autoridades para enfrentar la realidad. “Me cuesta –dijo– imaginar que ahora vayan a tener el coraje de decir que demoraron –a un costo abrumador para Grecia, sus acreedores y sus patrocinadores del sector oficial– una reestructuración de deuda esencial”.
Obama puede haber llegado tarde a la conclusión correcta, pero expresó lo que debería ser una verdad obvia: “No se puede seguir exprimiendo a los países que están en medio de una depresión”.
Si las palabras de Obama cuentan, debe seguir presionando por el tipo de acuerdo que Grecia necesita, un acuerdo que peca por una condonación de deuda excesiva más que insuficiente. Un análisis reciente demuestra que el perdón de la deuda oficial de Grecia es inequívocamente deseable, ya que otro mal acuerdo mantendrá deprimida a la economía griega, una garantía de que el problema pronto se repetirá. Si es necesario calmar las sensibilidades europeas, el pago de la deuda de Grecia podría prolongarse durante 100 años.
Al final de cuentas, el perdón de la deuda beneficia a los acreedores tanto como favorece a los deudores. Los acreedores lo han sabido desde, por lo menos, el siglo XVI, cuando el rey Felipe II de España se convirtió en el primer incumplidor serial de deuda soberana del mundo. Como dijo Jesús, “Es más bienaventurado dar que recibir”.
Las autoridades europeas deben entender que el próximo acto de la tragedia griega no estará confinado a Grecia. Si no se materializa un alivio de la deuda, el descontento político se propagará, las fuerzas extremistas cobrarán fuerza y la supervivencia de la propia Unión Europea puede estar en peligro.
Ashoka Mody, exjefe de la misión para Alemania e Irlanda en el Fondo Monetario Internacional, actualmente es profesor visitante de Políticas Económicas Internacionales en la Escuela Woodrow Wilson de Asuntos Públicos de la Universidad de Princeton. © Project Syndicate.