A principios de la década de 1970, y como represalia a los países que apoyaron a Israel en la guerra de Yom Kipur, la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que a iniciativa de Venezuela se había creado en Bagdad, Irak, en 1960, tomó por sorpresa al mundo cuando sus miembros se confabularon para cuadruplicar el precio internacional del crudo. Pocas veces antes, quizá nunca, les habían metido la mano en el bolsillo a tantos consumidores para sacarles tanta plata.
La OPEP operó como un cartel, restringió en 1973 la oferta de petróleo cuando la elasticidad-precio de su demanda era baja, y así tuvo lugar un enorme traslado de poder de compra de los países consumidores de petróleo a los productores.
Muchos de aquellos entraron en crisis. Pero no hay bien que por mal no venga: la acción de la OPEP sirvió para que los países avanzados, ávidos consumidores de petróleo, cambiaran sus técnicas de producción por otras más económicas.
En particular, comenzaron a ofrecerse en el mercado vehículos automotores que hacían uso muy eficiente del combustible.
En realidad, la OPEP no opera como un cartel puro, pues para ello habría tenido que hacerlo conforme al conjunto de reglas que de seguido expongo.
Pautas. Un cartel lo que se propone hacer es que sus miembros actúen como si fueran un solo actor; un monopolista que conoce la demanda del mercado y la función de costos óptima, es decir, la de más bajo costo para cualquier nivel de producción.
En el caso de la OPEP, ella debería coordinar la producción de sus miembros de modo que los diferentes niveles de demanda se suplan utilizando las ofertas de los que más bajo costo tengan. Luego debe escoger el nivel de producción para el cual el costo marginal (extra) de producción iguala al ingreso marginal por su venta.
Esto implica que en el proceso de optimización no solo podría lo producido quedar por debajo de lo que los consumidores quisieran, sino que los países miembros que tengan costos elevados (como Venezuela) tendrán que abstenerse de producir. Sin embargo, para inducirlos a que se unan al equipo, entre todos habrá que repartir las ganancias del negocio y aun los que no produzcan serán partícipes de ellas.
La OPEP no opera conforme a lo anterior. Sus acuerdos son para limitar la producción total, pero no he leído que obliguen a los de costos altos a cerrar, al menos temporalmente, el chinamo.
En un cartel, el estímulo a salirse de él es alto para los miembros que encuentren que si actúan por su cuenta, y venden grandes cantidades, no solo elevan su cuota de mercado, sino que obtienen utilidades extraordinariamente altas.
Por eso es que cuesta mucho mantener un cartel operando como tal por mucho tiempo. También va en contra de la conducta monopolista el que algunos países no formen parte de la OPEP, pues sus acuerdos no los cubren.
Limitados. La OPEP recientemente logró que su esfuerzo por recortar oferta fuera apoyado también por países no miembros, como Rusia, lo cual en principio dotaba al acuerdo de más dientes. Pero ocurre que hoy existen técnicas de extracción del crudo que son rápidas de poner en práctica y, cuando los precios se elevan por encima de cierto nivel, hacen que nuevos oferentes ingresen al mercado, con lo que detienen su crecimiento y hasta lo revierten.
La OPEP no es un cartel puro, pero cada vez que puede hace lo indecible por explotar a todos los países consumidores de petróleo. Por dicha, el mercado mundial no es ya su coto de caza y con el tiempo la tecnología ha encontrado formas cada vez más baratas de producir energía que compitan exitosamente con el “oro negro”.
La OPEP inició su trabajo con cinco miembros, Venezuela entre ellos. Hoy a esta la acompañan 13 –número que en mis días de escuela primaria llamábamos la docena del diablo– países.
Venezuela confió tanto en el oro negro que no estimuló otras industrias y actividades. Hoy sus habitantes darían mucho por una docena de huevos, chayote, costilla de res y yuca, pero quizá mucho más por ver frito a su Maduro.
El autor es economista.