A sabiendas de que la voz de T.S. Eliot resuena más que la mía, me permito discrepar de aquella afirmación suya de que abril es el mes más cruel. Es verdad que lo dijo en Tierra baldía , poemario publicado en 1922, cuando no existían las armas atómicas, pero en tiempos de proliferación nuclear el mes más cruel es octubre.
Quien lo dude, que examine el episodio con el que Nikita Krushov desafió –y sopapeó– a John F. Kennedy al introducir en Cuba cohetes con cabezas atómicas. La angustia porque el mundo se iba de bolina con tiempo apenas para decir adiós duró trece interminables y angustiosos días de octubre en 1962, con escenificaciones esperpénticas a cargo del orate Fidel Castro, empecinado en que la URSS iniciara la hecatombe:
–¡Que sí, que sí, Nikita, aprieta el botón de una vez! ¡El que dispara primero dispara dos veces!
Ahora, noviembre del 2013, anda el panorama más nublado todavía. Lo peor es que no se trata de un duelo entre líderes de sistemas antagónicos e irreconciliables, aunque sin inclinaciones al martirio, sino de un alucinado ayatolá que, sin que se sepa cómo ni por qué, engatusó a una Administración norteamericana que no solo ha venido suavizando sin publicidad sanciones al Irán terrorista, sino que puja ahora por removérselas del todo a cambio de la etérea promesa de no continuar refinando uranio. No promete desmantelar las centrífugas, renunciar a ellas, sino simplemente no fabricar armas. Pero sin dejar de proclamar que a los israelíes hay que echarlos al mar y al gran Satán, los Estados Unidos, desaparecerlo del mapa.
Esa película la vimos con Corea del Norte: si Occidente le ayudaba a paliar su terrible hambruna con alimentos y petróleo, congelaría el programa nuclear y eventualmente renunciaría a él.
Occidente le sacó las castañas del fuego y ¿qué pasó poco después? Que, como no podía confiar en el pérfido Occidente, continuó sus empeños y detonó un primer ingenio y luego otro y luego le dio la tecnología al Irán de los ayatolás, ese mismo país que ahora promete portarse bien.
Hasan Rujani, el presidente iraní, pasa por moderado, pero forma parte de la cúpula de los ayatolás desde el principio de la República Islámica y ha participado en su fortalecimiento militar; es quien ha llevado las conversaciones con la ONU y la Organización Internacional de Energía Atómica, y en ningún sentido es mejor que los ayatolás Jomeini y Jamenei, de modo que finalizar las sanciones no augura nada bueno.
De momento, Francia se muestra renuente a levantarlas, en tanto Israel pone el grito en el cielo y recuerda que ya fijó una raya roja que continúa vigente.
Este noviembre puede terminar siendo muy cruel.