EscucharEl vicepresidente Nixon sonríe apropiadamente ante el lente de la cámara. Don Pepe hace un esfuerzo por fingirse halagado por la arrogante cursilada de que le envíen, como obsequio de la Casa Blanca, un retrato autografiado del presidente Eisenhower con su señora. Atrás, don Alberto Cañas parece disfrutar, con mirada sarcástica, el suplicio diplomático al que se ve expuesto Figueres. La fotografía, tomada el 21 de febrero del 55, es del corresponsal de prensa Julian, no Assange, sino Weston.
Nixon se había formado como político en una época en que su voz de autoridad y sonrisa fotogénica eran suficientes para salir airoso de los encuentros con los medios, por entonces la radio y los journals. Pero el mundo cambiaba vertiginosamente y, con él, la forma de hacer política. Precisamente, la campaña del 52, en la que acompañó como vicepresidente la candidatura de Eisenhower, fue la primera en que apareció el spot electoral.
Lente crítico. Pero, a diferencia de la actitud vanguardista de Eisenhower, Nixon comenzó a sufrir desde entonces con los nuevos escenarios mediáticos a los que su perfil nunca terminó de adaptarse. Su rostro desencajado, sudoroso y mal afeitado, en el primero de los debates del 60 con Kennedy, es una imagen que condensa su desazón frente a ese otro lente, el de la cámara de televisión, ante el que no se hallaba cómodo (de hecho rehusó debatir en televisión para su elección del 68 y para su reelección del 72).
Paradójicamente, sería la prensa escrita la que, en 1972, con el escándalo Watergate, noquearía al avezado político. La valiente y tenaz labor del Washington Post dejó claro que el periódico (que había sobrevivido al surgimiento de la radio), no sería sustituido por la televisión y que, por el contrario, para la profundidad del periodismo investigativo, el análisis y la opinión, la palabra escrita seguiría siendo el mejor canal.
Nixon haría un amago más por levantarse de la lona en las entrevistas televisivas con David Frost, en 1977. Menospreció al que consideraba un bufo showman y este, a la postre, le propinó la estocada final. En ese último round con los medios, su imagen naufragó, otra vez, debido a su incapacidad para adaptarse a aquel nuevo medio de comunicación. Pues, “a pesar de las dudas que algunos teóricos tienen sobre la eficacia de la televisión para ganar elecciones, hay algo sobre lo que no tienen ninguna duda: la televisión tiene una capacidad testada para conseguir el naufragio de una imagen pública... los candidatos que no saben utilizar ese medio pierden pie, y sus errores y sus pifias, sus defectos físicos o retóricos, quedan amplificados y multiplicados por la inagotable y eficaz curiosidad de la cámara, a la que no se le escapa detalle” (Del Rey Morató ).
Desconcierto. En Costa Rica, ahora cuando La Nación publica los cables WikiLeaks, asoma el desconcierto. Que son simples chismes. Que carecen de la menor importancia. Que quién nos asegura que el señor de Suecia no se los inventó. Lo que no parecieran entender quienes así reaccionan, es que WikiLeaks es solo un síntoma más de un mundo muy distinto, en el que Facebook puede tumbar, contra los esfuerzos de Washington, a un faraónico déspota y en el que una bloggera cubana puede, con sus posts, desmentir el lirismo del marketing castrista.
La señora Yanancy Noguera, directora de LaNación, ha dicho que lo que los cables contienen son opiniones o percepciones de sus autores. De modo que son una inapreciable fuente para el estudio de las relaciones internacionales, pero sus aseveraciones no pueden leerse como narraciones exactas de acontecimientos (por diferentes intereses, persiguen fines variados). Aun así, pueden abrir vetas de investigación para la prensa y, precisamente por ello, plantean un desafío para los órganos gubernamentales, para la clase política y para los mismos periodistas.
Impacto. En nuestro país, la mejor consecuencia de su publicación no es que se transparenten las administraciones públicas y los círculos de poder. Aún mejor es que sectores más amplios de la población, para los que las cosas mencionadas en los cables han resultado insólitas, maduren y comprendan el carácter de la política real. Porque antes de debatir sobre aspectos éticos, políticos y legales que traslucen en esas informaciones, la gente debe dejar de escandalizarse por aquello que no se avenga al “Paco y Lola” de la educación cívica tradicional.
Nixon se resistió a caer en cuenta de que el mundo en que vivía había cambiado. Ya no era tiempo para la grandilocuencia y la arrogancia. Debía tomarle el pulso a la opinión pública y modificar su discurso utilizando frases breves que conectaran con el sentir de la gente. ¡En solo dos décadas, la toma televisiva promedio en campañas presidenciales pasó de 42 a 8 segundos! Pero tras su derrota con Kennedy, solo atinó a decir: “Perdí las elecciones porque el elector norteamericano es un adolescente, y yo le traté como un adulto”. ¿Quién quiere imitar su actitud?
