La construcción de la masculinidad hegemónica está ligada a una serie de elementos simbólicos que son los que nutren el concepto de hombre, de macho. Entre ellos destacan la fuerza, la patria, el alcohol y el fútbol. El hombre tradicional (imaginario producto del sistema patriarcal) es fuerte; defiende su patria –herencia atávica de defensa del colectivo del que se forma parte–; soporta la ingesta de grandes cantidades de alcohol; y es futbolero: le gusta verlo, practicarlo, disfrutarlo, criticarlo.
Los cuatro elementos son protagonistas en el evento más esperado y celebrado en todo el planeta: el Mundial de Fútbol. Por tal motivo, es fácil comprender cómo el machismo se exacerba durante esta justa, así como cuando juega la Sele en el Estadio Nacional, o Saprissa contra Alajuelense.
Estuve en los primeros tres partidos de la Selección allá en Brasil, y el grado de violencia que se vive en las gradas es chocante: se manifiesta con ofensas en los cánticos, insultos a los rivales y hasta retos de pelea entre los aficionados.
“Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, eso no es un portero, es una puta de cabaret”, canta la afición; “gorda, hijue...”, le receta un aficionado tico a una señora con la camiseta de Uruguay; “¡puto!”, entona las afición mexicana al jugador de la escuadra rival.
Todo esto es violencia, todo esto es agresión, pero parece que mientras se desarrolla el partido, mientras se juega el Mundial, hay una permisividad tácita. En otras esferas, en un mundo ordinario, esta violencia sería censurada.
El fútbol, empachado por cerveza y con sello nacionalista (con todo lo negativo que conlleva esta palabra), nos hace ser más violentos, más machos, y el Mundial nos da una especie de permiso para serlo.
Tal violencia se manifiesta de la forma más concreta y peligrosa en agresiones de hombres hacia sus parejas. Por celebración, enojo, descontento, tragos de más o desesperación, el agresor agrede. Queda claro que el fútbol no es el que ocasiona la agresión, sino el detonante; es decir, cualquiera que agreda por alguna de las causas explicadas es un agresor, siempre lo ha sido, no existe un criterio de excepcionalidad por el Mundial.
Más que 'selfies'. El día del partido contra Grecia, la Fuerza Pública reportó 486 llamadas por violencia doméstica; contra Inglaterra, 216; Italia, 335; Uruguay, 388.
La situación debe hacer reflexionar a las autoridades para que tomen medidas a mediano y largo plazo, además de las inmediatas. Claramente, abordar el problema requiere trabajo y proceso, y va más allá de sacar tarjetas rojas o tomarse selfies .
La lucha contra la violencia doméstica debe ser mediante la formación y educación de las personas, así como la reeducación (desaprender lo aprendido y cuestionar los mandatos tradicionales sobre lo que significa “ser hombre”).
El fútbol es el escenario ideal para hacerlo; si a partir de ese elemento simbólico formamos a los niños para que entiendan la violencia y la agresión, podremos tener, en un futuro, hombres no agresores. Tanto en las escuelas de fútbol, como en el estadio o en la sala de la casa mientras se mira el juego, hay que señalar y censurar la violencia, no pensarla como algo normal, no hacer una excepción; reconstruir las formas de relación y el trato con el rival, así como el manejo de las emociones: la derrota, la tensión, la victoria.
El fútbol, que hoy dispara la violencia, puede ser utilizado estratégicamente con el fin de disminuirla.