Me uno al grupo de voces que sin escapatoria participan, en estos días, en el disfrute, sufrimientos, alegrías, desilusiones, emociones, etc. del Mundial, así con mayúscula. Se trata, como estamos viendo, de un fenómeno deportivo mediático, sociológico, cultural, económico, político, de carácter global y de envergadura mundial.
Viejo antecedente. Mi interés es destacar cómo estos momentos del Mundial tienen relación con un viejo e histórico antecedente: se trata de la teoría estudiada por sociólogos y literatos, especialmente Mijail Bajtin, que se conoce como el fenómeno de “lo carnavalesco”.
El principio de “lo carnavalesco” se remonta a la antigüedad: se conoce, desde sus orígenes, como una manifestación de la cultura popular, por oposición a la cultura y al culto oficial. Es un espacio alternativo, con un tiempo fijado, donde una colectividad se une, rompe barreras sociales, hace desaparecer las jerarquías y derrumba los códigos culturales establecidos, para, simbólicamente, enfrentar e impugnar el orden social. Así, “lo carnavalesco” implica un fenómeno social que congrega a una colectividad bajo un “ideal” que les permite soñar sobre lo imposible, y que, además de tener carácter de fiesta pública, tiene un sentido catártico.
Si bien el Mundial no refleja, punto por punto, todas las características de "lo carnavalesco", sí permite algunos paralelismos interesantes, así como semejanzas o puntos contradictorios. Veamos:
Primero. Ambos atraen y permean a todos los grupos sociales, enlazando el statu quo con todo el contexto social, amplio y popular.
Segundo. Se diluyen las jerarquías sociales y la colectividad se vuelve menos arisca y más benevolente con quienes no son estrictamente de su grupo. Vimos ejemplos cuando, en la Fuente de la Hispanidad, se encontraban ministros con gente de menos jerarquía, unidos todos en un abrazo solidario. Vimos también a muchos otros perder la “la compostura” lanzándose en fuertes abrazos y besos, permisibles socialmente en ese momentum .
Tercero. En ambos momentos se construyen héroes y se renuevan otros, pues son espacios donde nos damos la mano con los mejores.
Cuarto. En el Mundial (como en el carnaval), aunque a veces tiene visos de violencia, prima luego el sentido de solidaridad y armonía.
Quinto. Ambos (el Mundial y el carnaval), como espacios alternativos, producen momentos conformados por un entrelazado de sentimientos comunitarios, de nostalgia nacionalista, de rastreo de nuestra identidad, de sentido de pertenencia, de fervor patriótico. Lo carnavalesco implica vivir armoniosamente, y por un tiempo determinado, una realidad alternativa temporal e incluyente. Lo mismo sucede durante el Mundial, en el que, además, durante ese lapso, cambian nuestras costumbres, horarios, estilo de comida, etc, y la solidaridad se vive con intensidad.
Por otra parte, hay también momentos donde las intenciones se oponen: tal es el caso de la relación con el clero: el carnaval rechaza al clero, mientras que el Mundial lo incluye e, inclusive, “lo necesita”, pues reaviva su fe y expresa públicamente su fervor en pro del triunfo de sus equipos. En otras palabras: el carnaval se enfrenta al culto, mientras que, para el Mundial, es ineludible la presencia del culto religioso como factor esperanzador en los creyentes.
Ideal compartido. Aparte de las anteriores comparaciones, el Mundial promueve, por sus desplazamientos, beneficiosas experiencias interculturales. De igual manera, ambos son ejemplos de manifestaciones sociales en las que la colectividad –más allá de sus diferentes propósitos– se une, una prueba irrefutable de que, si se quiere, se lucha por un ideal compartido en el que todos los grupos sociales se “entiendan” y participen.
Más allá de la anterior comparación, este Mundial ha sido “apoteósico” para nosotros. Y, tal como se ha venido diciendo, escribiendo y enfatizando, debe ser un ejemplo para la totalidad de nuestra comunidad.
¿Podríamos nosotros, los ticos, aplicar lo que estamos viviendo hoy a otras experiencias? ¿Por qué no comenzar por algo tan elemental (pero importantísimo) como sería luchar contra la violencia? ¿Por qué no encontrarle la “magia” a una cruzada, reitero, en pro de la no violencia, que nos reforzará, inevitablemente nuestro sentido de pertenencia e identidad con nuestro entorno, tal como lo ha hecho el Mundial?
Valdría la pena intentarlo teniendo como ejemplo a la Selección, que logró su éxito con disciplina, mística, rigor, orden, obediencia y otras variables.