Mafalda, el personaje de Quino, transita por diarios y revistas del mundo desde 1963, pese a que el dibujante decidió poner fin a su historieta, una década más tarde. La ficción aquí desobedeció las reglas y hasta se materializó en una escultura de Mafalda en el propio barrio de San Telmo, Buenos Aires, donde Quino (Joaquín Salvador Lavado) vivió sus mayores años de implosión artística.
Ahora, en el cenit de su fama, a los 81, el artista obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, un lauro que compartió, el 21 de mayo pasado, con su también querible criatura y las demás que ya forman su coro, por suerte, absoluto.
A Mafalda la veo mucho frente al globo terráqueo que ocupa su mesa de escolar, la veo mirar el mundo (sé que no confunde mapa y suelo y humanidad) y sé que sus actitudes dependen de cada situación. Trata de comprender el mundo, lo increpa, lo interroga, se planta en rebeldía.
Si es cierto que nuestro planeta parece a ratos inescrutable, algo que le ocurre a quienes resbalan por las cosas del lado de afuera, esta pequeña de 9 o 10 abriles avanza día tras día en el misterio de su construcción, y siembra de ironía el paisaje común: “No es que no haya bondad –dice–, lo que pasa es que está de incógnito”. Pero algo “pesca” del patriarcalismo a gran escala: “Lo malo de la gran familia humana es que todos quieren ser el padre”.
Quino le aporta un barrio tranquilo, donde la gente camina y cruza las calles; unos amigos variopintos: el idealista Felipe, la niña “bian” Susanita, el hijo del almacenero, Manolito, la diminutísima Libertad (¡tan peque!); y la provee de una familia unida, padre corredor de seguros y madre ama de casa, hasta que llega el segundo-génito Guillermo. Entre todos, irán componiendo una crónica diaria y allí no faltan las citas a Vietnam, Luther King, el Che, Juan XXIII, U Thant, la UN, Los Beatles y el juego, las clases y vacaciones, la temible sopa y el don de existir ralentizado.
El dilema de Quino. La pregunta es por qué, un 25 de junio de 1973, Quino renunció a la tira. Bueno, es que el humorista argentino padeció la tragedia de lo que Borges bautizó como “los senderos que se bifurcan”, algo que impone una elección, o esto o lo otro, o la secuencia de viñetas o el plano único, mudo y autosuficiente, ruptura que al fin no se dio. Ambas formas llegaron a convivir, pese a implicar dos épocas, dos visiones. La Nación es un ejemplo: los lunes, uno puede disfrutar –digamos así– el cine mudo de Quino y, durante la semana, acechar las andanzas de Mafalda y compañía.
Aquellos desvelos de Quino por el gran plano tuvieron un inicio precoz: “Mundo Quino” (1963) y fueron marcando el “sendero” con títulos que arribaron al nuevo milenio y lo rebasaron: “Hombres de a bolsillo”, “Bien, gracias, y ¿usted?”, “Sí…cariño”, “La buena mesa”, “¡Qué presente impresentable!”, “¡A mí no me grite!”, “La aventura del comer”, “¿Quién anda ahí?”…
Y ¿cómo es en esencia este Quino? Un radiógrafo del hombre medio, enemigo de la mala publicidad y la estupidez, realidades a las que fija con una mirada… ¡y cada mirada es un gag! El dibujo gana espacio, superficie y cualquier minucia pide atención; la orfebrería guía el cuadro; el ademán sustituye la palabra: el arte viene sin que lo llamen. La película rueda. Las líneas sonríen. ¡Véanlas!
Como en toda fábula, en la de Quino y su famosa opción hubo, hay y habrá paraíso e infiernos. O ¿podría ser diferente? Mafalda y sus amigos crecieron y tanto que ya tienen autonomía de vuelo, aunque… a veces uno recibe información apócrifa, datos quizá no autorizados: que Libertad fue desaparecida por los militares en el Río de la Plata, Susanita se casó y perpetúa el mito del medio pelo, Manolito padeció la crisis económica del corralito y hoy deambula por una estación de trenes hablando solo, Guille se convirtió en músico de la Scala de Milán, Felipe maneja un taxi en La Habana y sigue esperando la utopía, Miguelito ancló en Buenos Aires y es un escritor brillante de causas perdidas y Mafalda anda por París, trabaja en la FAO y sigue su lucha contra el hambre. En fin, verdades o no, la vida real suele imitar a la imaginada y nos puede ocurrir, a cualquiera de nosotros, lo menos pensado. No hay guión seguro, ni puerto establecido, ni gloria que nos espere. Apenas el asombro.
O ¿la misma Mafalda no dijo acaso que el ser humano es “un sándwich de carne entre el cielo y la tierra?”.