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Mandadero del hogar

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Los sábados, muy temprano, mi madre me despertaba para que le ayudara a traer las compras del mercado. Vivíamos a cien metros del teatro Moderno, cerca del Mercado Central. Me sentía feliz acompañándola. Durante el trayecto, íbamos conversando, y yo, de reojo, admiraba lo linda que era. El mercado, escandaloso y espectacular, tenía personalidad: afuera, en las calles empedradas, las carretas con sus boyeros descargando sacos de maíz, frijoles y verduras; en el interior, los vendedores mostrando chayotes, papas y tomates; y, por todos lados, gritos de los muchachos que ofrecían sus servicios a las amas de casa que no tenían un hijo a su disposición: “¡Llevo, llevooo!”








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