En los últimos años, editoriales costarricenses han dado a conocer una copiosa producción de literatura dirigida a la niñez y la juventud. Se puede creer con ligereza que escribir, ilustrar, diseñar y editar libros para las jóvenes generaciones es tarea fácil. Todo lo contrario. Es necesario crear conciencia sobre la responsabilidad que ello implica.
Tal como lo evocaba Juan Ramón Jiménez, un texto literario para los más pequeños es un “libro bello, sin otra utilidad que su belleza”. Su misión fundamental se concentra, por sobre todo, en el encuentro con el goce estético, el sentido lúdico, la capacidad de imaginar, soñar, provocar enojo, desidia, tristeza o risa.
El creador de literatura para la niñez, sin olvidar la experiencia que ha amasado durante años, se coloca en el mismo nivel de las personas menores. María Elena Walsh lo expresaba con exactitud: “porque el lenguaje de infancia es un secreto entre los dos”. Es un discurso que no se hace “para” los niños, se forja “desde” esa infancia interna que nos habita. Allí nos atrevemos a realizar la travesura.
¿Texto didáctico? Puede creerse que la misión de la literatura infantil es la de desarrollar aprendizajes. Sin embargo, los cuentos que se narraron durante siglos, en diferentes culturas, y que se han convertido en referentes de los más pequeños, como La bella durmiente, Blancanieves, Hänsel y Gretel o Pulgarcito tratan temas que desvelarían a más de un adulto preocupado por el discurso “políticamente correcto”.
Son cuentos en los que se anuncian temas como el abuso sexual, el homicidio o el abandono infantil. Son obras en los que la moraleja no es explícita, cada lector construye su significado.
Los libros para los pequeños no tienen, como prioridad, la formación de conocimiento. Son los que se narran con curiosidad, temor o deleite antes de dormir; los que se guardan en el cajón de los juguetes, los que reposan al lado de la almohada.
Son los libros que los niños leen sin reserva y que se continúan leyendo, aun a hurtadillas, cuando ya los adultos han pedido que se apaguen las luces y que se dispongan al sueño.
Letras empequeñecidas. También hay libros escritos como si los menores carecieran de inteligencia, riqueza de léxico e información. Generalmente, con una paupérrima visión de la ternura, apelan a un lenguaje cargado de diminutivos como “casita”, “pijamita” o “escuelita”.
Hastiados de la puerilidad, los menores rechazan esos textos que, en muchas ocasiones, los aniñan más y les crean una visión distorsionada y cursi de las manifestaciones artísticas. Minimizar las posibilidades de pensamiento de los pequeños es una manera de violentarlos.
O bien, puede creerse que se hace una ruptura con anunciar, de manera ramplona, temas que aparentemente están reservados para las personas adultas. Que basta con mencionar guerras, conflictos políticos o expresiones de la sexualidad para transgredir límites y realizar una obra innovadora.
Primero que todo se debe ubicar que en los cuentos tradicionales, provenientes de la tradición oral, se presentaban temas que preocupaban a personas de cualquier edad como las migraciones, el abandono infantil o el homicidio.
Desde entonces, a los niños se les pueden hablar de todos los contenidos siempre y cuando no se deje de lado el goce estético, la ambigüedad de la metáfora o el final sorprendente.
Responsabilidad. Por eso, el autor o ilustrador debe leer constantemente los clásicos extranjeros y los costarricenses. Crear libros –de papel o electrónicos– no es un simple negocio, es un arte en el que se dibuja, en gran medida, el imaginario de los habitantes del nuevo siglo.
La Editorial Costa Rica, en los últimos años, constituye un grato ejemplo: ediciones cuidadas, ilustraciones innovadoras y obras meritorias impresas en papel o que se pueden leer en computadoras, tabletas o teléfonos móviles.
Es necesario que las editoriales públicas y privadas no publiquen, de manera atropellada, cualquier libro. Por el contrario, es conveniente que estimulen a sus autores e ilustradores a desarrollarse, crecer y ofrecer material competitivo en el ámbito nacional y extranjero.
De la misma forma, en las bibliotecas del Ministerio de Educación Pública deberían atesorarse las obras mejor escritas, ilustradas y editadas, pues allí se forja la visión estética del futuro.
Que no se pierda de vista que las jóvenes generaciones merecen textos de calidad.
El autor es profesor en la UCR y la UNA.