Una palabra muy usada, pero muy poco entendida. La libertad raramente se la define en nuestro contexto social porque entender lo que significa nos desnudaría, dejando en evidencia nuestra mediocridad conceptual (y no raras veces asumida y querida). Ser libre no significa tener la posibilidad de hacer lo que se antoje, porque todos tenemos condicionamientos: los nacidos de nuestras opciones previas, de nuestros compromisos, acciones y palabras; pero también aquellos que heredamos, los que provienen de la historia de nuestra familia, de la patria, de nuestra biología y de nuestra cultura.
Nacemos en un momento determinado del tiempo, forjado por innumerables actos de decisión realizados por muchas personas, independientemente y autónomamente de nosotros, pero entretejidos con el hilo del tiempo y la interrelación. Todo lo que hay alrededor nos habla de interdependencia; por eso, pensar que es un derecho la ilimitación en relación con otras personas no es más que una ilusión. Cualquier cosa que hagamos tiene repercusiones en otros, pensar en esas consecuencias es parte del acto de ser libre. Sí, responsabilidad y libertad son una única realidad.
No es fácil que se acepte sin más que existe una relación entre la libertad y las consecuencias de los propios actos en los demás. Pensar en los otros nos suena a limitación y frontera, casi a esclavitud. Pero esa identificación entre responsabilidad y cadenas es falsa, porque no hay libertad verdadera sin discernimiento y consciencia.
Ser libre representa uno de los más grandes valores humanos y, al serlo, influye en todo lo que somos, hacemos, proyectamos y soñamos. Es precisamente porque el ser libre tiene una dimensión de totalidad que no nos es posible sustraerlo de todo lo que como individuos representamos y somos ante los otros.
Es decir, en la libertad se juega nuestra esencia: la ética, el sentido existencial, la justicia, la esperanza y el amor. Sin libertad lo humano es vacío, informe, solo vanidad a la manera de Qohelet.¡Cuánta falta nos hace la libertad en este tiempo! En el desarrollo de la vida social actual hay demasiados intereses en juego, demasiadas ideologías y abundantes mentiras (o, mejor, verdades a medias). Pero no nos engañemos: toda esa vorágine tiene un centro, un eje desde el cual se organizan los más intricados planes y estrategias que es la absoluta primacía del ego.
La “libertad” muchas veces se proclama sinónimo de un “yo” exacerbado y patológicamente construido. Como una especie de Frankenstein armado a partir de retazos “humanos”, nacidos del éxito ocasional de la publicidad y de la ganancia producida por el consumo de las masas que termina imponiéndose como ideología destructiva y generalizadora: un somnífero de la clase media (no importa si baja o alta, bastaría con describirla como “burguesa”, al estilo de la Escuela de Frankfurt), que induce al sueño de la indiferencia social y a la erradicación de la solidaridad.
Responsabilidad. Vienen a la mente los versos del Himno al 15 de Setiembre, la bella y dorada ilusión de la Patriótica Costarricense y las frases más inspiradoras de nuestro Himno Nacional. Todas estas letras juntas crean un marco ideológico tan característico que inducen a pensar y a no dejarse dominar por las fuerzas ajenas del desamor. Se entienda bien, no son una especie de entramado bucólico generado por una ideología que busca la mera aceptación de statu quo, aunque tantas veces se busque promover semejante comprensión por parte de los que sueñan en la sumisión y no en la libertad.
La interpretación de esos versos nos puede orientar a buscar valores altos y nobles, no sujetos a los vaivenes de las respuestas simplistamente funcionales a los intereses de los egoísmos personales o corporativos. La gran tarea que tenemos como costarricenses es reencontrar y reinterpretar los valores que nos transmiten esos versos para el presente, para los desafíos que enfrentamos como pueblo.
¿Por qué no hablamos más de la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros para hacer efectivo un cambio social? ¿Por qué las organizaciones y comités locales (de barrio, municipales, filantrópicos o culturales) parecen caer en el olvido y la ineficiencia? ¿Por qué los gobernantes parecen ceder ante la tentación del mesianismo político en vez de promover la corresponsabilidad en la lucha contra la corrupción, la apatía y el reglismo? Ser libre y participar en la construcción de la libertad de otros no son cosas ajenas o separadas, sino parte de una única esencia, aquella auténticamente humana.
Libertad y paz van de la mano. Es imposible pensar en una sin la otra. La paz significa entablar relaciones llenas de significado, densas en horizontes y fraternas en su concretización. El egoísmo, empero, no produce más que división, separación y autoproteccionismo. Por eso, ser libre implica destruir las amarras del propio bienestar y aventurarse más allá, hacia las llanuras de la identificación con lo diverso y, muchas veces, con lo no deseado.
No hay un camino hacia la vida que no pase por el contraste de aquello que parece negarla, pero que no deja de ser una realidad humana padecida por muchos. No en balde ser libre implica un proceso de cambio de mentalidad, metánoia en griego, que nos pone en movimiento hacia otra manera de vivir y de estar en el mundo. No deja de ser mera ideología la proclama de la libertad que se goza en la afirmación de la propia comodidad y en la satisfacción de los propios gustos.
En fin, la libertad es una condición espiritual, una especie de combate contra toda tentación de asimilación y de gregarismo. Vivir en la plena realización de la consciencia significa abrir los horizontes de la mente a vivencias humanas diversas, a dejarse tocar por el dolor ajeno, a no ser indiferente ante los desafíos que la realidad nos presenta como comunidad y, sobre todo, a ser valientemente autocríticos con el estilo de vida que, hasta ahora, se ha elegido tener.