El lenguaje es mucho más que la comunicación. La mala comprensión y la poca valoración que a veces se le da al lenguaje, hacen que mucha gente crea que el lenguaje tiene la única función de comunicar el pensamiento, cuando, en realidad, sus funciones y vínculos son más complejos, a tal punto de que se nos haría imposible pensar sin un lenguaje, o tener una cultura humana tal y como la conocemos.
Algunas personas creen que un niño desarrolla lenguaje a partir del momento en que logra articular palabras y hablar. El lenguaje, como ya mencionamos, es mucho más que comunicación y se relaciona, fundamentalmente, con dos fenómenos: a) la categorización mental del mundo que nos rodea y sus sentidos, y b) el de permitir la socialización.
Nuestro cerebro categoriza el universo que nos rodea y lo comprende como unidades conceptuales organizadas, posiblemente en redes o estructuras conceptuales más amplias; así, cuanto más enriquecido esté el mundo conceptual de una persona, mejores recursos tendrá para pensar más elaboradamente.
Algo que saben los científicos cognitivos y psicólogos, es que los niños nacen bañados por el lenguaje y desde que inician su viaje por el mundo ya están expuestos al lenguaje. En los primeros minutos de vida, los bebés hacen las restricciones fonotácticas; por ejemplo, los bebés filtrarán un grupo de sonidos que se usarán luego en el lenguaje propio, mientras que otros serán descartados por falta de exposición.
Pero el asunto no queda allí, los bebés parecen comprender gran cantidad de palabras antes de emitir los sonidos de esas palabras y es, por eso, que quizá muchos padres dicen: “mirá, si parece que me entiende”; sobre esto ya hay investigación que confirma este hecho. Es pues evidente que las funciones del lenguaje son más que el de la comunicación.
La importancia del papel que desempeña el lenguaje en el desarrollo de la comprensión de los deseos es muy alta, al igual que en la organización de las emociones y las creencias de los otros y de uno mismo (Lohmann, Tomasello, Milligan, Astington, Duck, Taumoepeau y Ruffman, entre otros).
Así, el lenguaje queda establecido como un factor determinante en el desarrollo de la cognición social y, por lo tanto, en la ubicación social del ser cognoscente en el mundo.
También, se sabe que a mayor contacto social significativo, mayor desarrollo del lenguaje, y mejor capacidad para categorizar y comunicar significados. Es probable que muchos de los problemas actuales en el desarrollo del lenguaje de algunos niños, se deban al empobrecido ambiente lingüístico que existe; esto no significa que no se desarrolle el lenguaje, sino que se restringen algunos aspectos.
En estudios sobre teoría de la mente, se demostró que los niños con mayor uso léxico y mejores niveles de socialización, resolvían mejor las pruebas de “teoría de la mente”; por ende, pensaban más fluido y organizaban mejor las posibilidades de resolución de problemas, pues, entre otras cosas, tenían más acervos en memoria prospectiva.
A lo largo de los primeros años del niño, se desarrollan diferentes habilidades que le permiten comprender que las personas son seres mentales que tienen deseos, emociones, intenciones y creencias. Especialmente, entre los cuatro y cinco años aparece un dispositivo mental que hace que el niño tome la comprensión de las anteriores situaciones, y las aplique a sus acciones e interacciones con otras personas; asimismo, explicarlas e interpretarlas en diferentes niveles, sin duda esto es una proeza.
A todo lo anterior, los psicólogos y científicos cognitivos le han denominado teoría de la mente y esto nos posibilita comprender que las creencias de los otros pueden ser iguales o diferentes a las nuestras y, con ello, su forma de ver el mundo.
Pareciera que la posibilidad de resolver problemas y tomar decisiones, así como hacerlo de la mejor manera, está relacionada con el desarrollo óptimo del lenguaje; algunos investigadores apuntan a que la creatividad va por el mismo camino.
Siendo esta la situación y relacionando la socialización con lenguaje, es seguro que debemos hacer algo con los niños y las niñas de nuestro país, y los esfuerzos de la educación formal deberían estar encaminados no solamente a atiborrar a los estudiantes de contenidos, sino, sobre todo, a la socialización de los saberes.
El docente unidireccional, que abunda en las escuelas y colegios, debería ser cambiado por el docente que fomenta la conversación amena sobre los contenidos, que permite la construcción de los saberes en los pares, que inquiete a las mentes con retos y el que integra a los padres de familia, así como a la comunidad en esta labor.