A inicios de enero, el Centro de Investigación y Estudios Políticos de la UCR publicó los resultados de su más reciente encuesta de opinión sociopolítica, la cual refleja una preocupante realidad: el 72,4% de la población encuestada revela no tener ninguna simpatía partidaria.
Incluso, preocupa aún más que entre la población con edades de 18 a 24 años la desafección política llegue al 83%, mientras que entre la población con preparación universitaria el desapego con la política partidaria alcanza un 82%.
Si bien el Partido Liberación Nacional se mantiene como el referente político con mayor aceptación, sus números tampoco alcanzan para el triunfalismo y alertan de la urgente necesidad de efectuar cambios estructurales, discursivos y programáticos que perfilen nuevas formas de hacer política.
Participación real. Generar espacios para la participación de la juventud implica asumir el reto con la importancia que este merece, tomando en cuenta las voces de todos los actores en la toma de decisiones, desterrando lo que podríamos denominar una “participación simulada”, en la que se invita a los jóvenes a formar parte solo para ejecutar una acción determinada.
El replanteamiento debe estar enfocado en el trabajo no solo “para” los otros, sino también “con” los otros, involucrando una nueva manera de pensar las políticas y de intervenir en ellas, promoviendo tanto una participación efectiva como también un sentido de pertenencia de la juventud en las organizaciones.
El potencial empeño, dedicación y visión de la juventud es impresionante. La capacidad de generar alternativas innovadoras para atender los grandes retos nacionales requiere, precisamente, del involucramiento de una juventud educada y preparada como la nuestra. Una juventud que, a pesar de la apatía con la política, demuestra todos los días en organizaciones no gubernamentales, asociaciones de desarrollo y programas de voluntariado su empeño, propuestas y voluntad de aportar al bienestar de nuestra sociedad.
En la juventud se encuentra una de las mayores virtudes que no debería desaparecer con los años: la capacidad de convertir las adversidades en motivaciones.
Despreciar este magnífico recurso humano por apegarse a tradicionales estilos de hacer política que han agotado su efectividad encamina a los partidos a una especie de esclerosis que atenta contra la calidad del debate político, el abordaje de los múltiples retos nacionales, la representación ciudadana en cargos de elección popular y, a mediano plazo, sobre la institucionalidad democrática misma.
Acciones inclusivas. Atreverse a dejar de ser simples maquinarias electorales para convertir los partidos en organizaciones políticas inclusivas implica redirigir esfuerzos por la capacitación permanente de la juventud que quiera ser parte del proceso, inspirada y aconsejada por los militantes políticos más experimentados, capaces y honorables.
Este debe convertirse en el norte en aras de la promoción de nuevos, profesionalizados y visionarios liderazgos que estimulen cambios, reclamen espacios de participación y no repitan los modelos agotados e ineficaces, sin temor a enfrentar los nuevos retos que demanda la ciudadanía.
El desencanto generalizado con la política abre el portillo para caer en la seducción de los discursos populistas de ciertas figuras mediáticas, quienes se empeñan en señalar problemas y ofrecer soluciones llamativas, pero carentes de todo sustento legal, técnico o científico, que se basan en resentimientos y que comprometen nuestra institucionalidad con disparates inaplicables en democracia.
Basta con ver cómo en muchas de las democracias contemporáneas el surgimiento de figuras o plataformas populistas se valen de las debilidades de sistemas parcialmente agotados, donde los mecanismos de representación y eficiencia del sistema institucional manifiestan serias falencias estructurales.
Renovar estructuras e involucrar a la juventud es un apremiante reto. Postergarlo atenta contra los mismos principios democráticos que han cimentado las bases de la nación.
El autor es politólogo.