Fue realmente impresionante ver al imputado y a su esposa y a la madre y a la hermana de la víctima, todos abrazados, llorando desde el alma y dándole gracias a Dios. Estábamos en una sala de juicios –ahora azul– del Primer Circuito Judicial de San José.
Era el único estrado con las luces encendidas, al final de una tarde de martes. Recién acababa una larga y complicada audiencia ante un tribunal de tres juezas, tres señoras juezas penales.
Los vericuetos procesales y los turbios laberintos de las leyes, muchas veces hacen que la luz de la Justicia no pueda ser percibida fácilmente por las víctimas. La oscuridad del túnel del litigio deja a muy pocos sin enceguecer. Tres, cinco y más años de pleito, agotan la paciencia y destruyen la tranquilidad de cualquiera.
La audiencia había concluido. Finalmente, la candelita de la buena voluntad, del perdón y de la paz empezaba a esparcir su inconfundible brillo.
Las juezas ya se iban y los abogados recogíamos las cédulas de las partes y de repente la presidenta nos alerta: “ Miren, miren... ¡Están abrazados!...”.
Ahí, en el estrado, entre el sillón de los declarantes y los escritorios de las juezas, en esa terrible geografía alfombrada de miles de conflictos, surgía una esperanza.
El abrazo del perdón entre víctimas y victimario perfumaba el ambiente.
Acabábamos de rearmar el rompecabezas de un caso terrible que muchos recordarán. Aquel pavoroso accidente del 2009, cuando, en la radial de Zapote, falleció una pareja y una cámara de video captó ese instante de choque y muerte.
La vida de Greta y William terminaba entre latas retorcidas y terror. Ahí quedó el dolor y un enorme expediente cosido con cáñamo de legalidad.
Antes de finalizar, la jueza presidenta había hablado de “justicia restaurativa”, concepto que empieza a superar la barrera de la teoría y ya va dejando su huella sanadora –aún lentamente– en la solución justa y solidaria de los conflictos penales.
La esposa del acusado y su marido pidieron perdón. Humildemente, francamente y sin ningún aspaviento. Sin que quedará en las actas o en el video tribunalicio. Sin previo pacto entre letrados.
Fue un rito espontáneo y sagrado, entre cuatro seres humanos golpeados por la locura de nuestras carreteras, creyentes en el Altísimo, con la sencillez de quienes no necesitan más ceremonia que las lágrimas de su arrepentimiento y de su franco perdón.
Ese momento mágico nos dejó una gran enseñanza, marcada para siempre como una florecilla blanca en el pecho de nuestras viejas togas... ¡Aún hay esperanza!
Todavía podemos construir un sistema de justicia que ilumine nuestra sociedad, donde la manoseada “resolución del conflicto social” vaya más allá de un arreglo económico o de una sentencia.
Una justicia que llegue hasta el corazón y la mente de las partes.
En más ocasiones de las que se puedan imaginar, las víctimas están dispuestas a perdonar sinceramente y a restaurar la paz social y, sobre todo, a recuperar la paz interior.