Juan Rafael Mora, el presidente que condujo la lucha contra los filibusteros durante la Campaña Nacional (1856-1857), ha sido objeto de enfoques diferenciados por parte de los historiadores. En 1887, Joaquín Bernardo Calvo Mora publicó el primer ensayo biográfico sobre Mora, en el que resaltó su parti-cipación en esa guerra, pero evitó referirse a las razones que condujeron a su derrocamiento en agosto de 1859 y a su fusilamiento en septiembre de 1860.
Por esa misma época, el historiador guatemalteco Lorenzo Montúfar, en su célebre Reseña histórica de Centro América , ofreció una visión muy favorable de Mora, que fue parcialmente desafiada por Francisco Montero Barrantes en 1894.
Probablemente influenciado por Francisco María Iglesias (adversario político de Mora) y por la transición a la democracia que se inició con la campaña electoral de 1889, Montero, en el tomo segundo de Elementos de historia de Costa Rica , detalló cómo algunas de las políticas llevadas a cabo por Mora intensificaron la oposición en su contra. También señaló que, después de su derrocamiento, Mora viajó a Estados Unidos, donde adquirió armas “para volver a Costa Rica, con la mira de recuperar el poder”.
En respuesta a esta versión, Manuel Argüello Mora, sobrino de Juan Rafael Mora, publicó varias crónicas históricas en 1898, en las que no solo recuperó la versión más favorable de Montúfar, sino que inauguró una línea de interpretación apologética de su tío.
Conciliación. Las tensiones presentes en las interpretaciones anteriores fueron conciliadas por Ricardo Fernández Guardia en su Cartilla histórica de Costa Rica, impresa en 1909. En ese pequeño libro destacó el liderazgo de Mora en la lucha contra los filibusteros, mencionó los avances que experimentó al país durante sus Gobiernos y reconoció las razones que intensificaron la oposición en su contra: “su nepotismo, las persecuciones contra varios distinguidos ciudadanos y, particularmente, el destierro del obispo Llorente”. Además, enfatizó que la ejecución de Mora en 1860 “no ha sido sancionada por el juicio imparcial de la posteridad”.
Al ponderar pros y contras, Fernández Guardia sentó la base para que, entre la conmemoración del centenario de Mora (1914) y la inauguración de su estatua (1929), se desarrollaran dos corrientes fuertemente apologéticas de su figura, una predominantemente nacionalista y otra antiimperialista.
Inicialmente, ambas confluyeron en la Liga Cívica, fundada en junio de 1928 y posteriormente denominada –según lo detalla Vladimir de la Cruz– “Juan Rafael Mora”. Esta organización, preocupada por la penetración del capital extranjero, condujo las luchas a favor de la nacionalización de la energía eléctrica.
Don Cleto. Luego de su fundación en 1931, el Partido Comunista lideró la instrumentalización de Mora como un estratégico recurso antiimperialista. Ya en septiembre de 1934, en el contexto de la gran huelga bananera de entonces, contrapuso a Mora, como un presidente que defendió a Costa Rica de los filibusteros, con los políticos que pactaron con Minor C. Keith en 1884 y con los que habían apoyado a la United Fruit Company después.
De cara a esa instrumentalización y con el –presumible– propósito de desactivarla, Cleto González Víquez recuperó y acentuó la línea crítica iniciada por Montero Barrantes; en un texto, publicado a inicios de 1935, indicó:
“Mora [durante la guerra de 1856-1857] se cubrió de gloria ciertamente: también se llenó de soberbia y ambición. Hubiera él declinado su segunda reelección y dejado a los pueblos elegir un sucesor, al terminarse su período, y se habría agigantado también desde el punto de vista de la política interior, se habría economizado una página dolorosa de nuestra historia particular y su nombre aparecería sin mácula. El deseo de seguir mandando lo perdió, y lo que pudo ser para Mora y Costa Rica brillo deslumbrador se trocó poco después en mancha y sombra lamentable, seguida de descrédito y lágrimas”.
Después de 1940. En lo inmediato, la fuerte impugnación de González Víquez no tuvo repercusiones, pero encontró un terreno favorable en la década de 1940, cuando una creciente polarización política, iniciada en la administración socialmente reformista de Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944), culminó en la guerra civil de 1948.
Para los historiadores que militaban en las filas de la oposición, como Carlos Monge, Armando Rodríguez, Ernesto Wender y Carlos Meléndez, no fue difícil encontrar paralelismos entre la gestión de los asuntos públicos de Mora y el estilo de los gobiernos que combatían, tanto el de Calderón Guardia como el de su sucesor, Teodoro Picado (1944-1948).
Rodríguez acusó a Mora de estar dominado por una “desatada e inmensa ambición”; Monge y Wender señalaron que Mora, “en los últimos años, gobernó al país como si fuera propiedad suya, creando corruptelas y colmando de favores y prodigalidades a sus amigos”; y Meléndez, al considerar la polarización política posterior al golpe de Estado de 1859, sugirió que Mora, en caso de tener éxito en recobrar el poder, se proponía tomar medidas extremas contra la vida y bienes de las personas que lo derrocaron.
Sesquicentenario. El predominio de una perspectiva crítica sobre Mora –de la que se exceptuó parcialmente Rafael Obregón Loría– se mantuvo durante las décadas de 1960 y 1970, y adquirió una dimensión diferente con la renovación de los estudios historiográficos en el país. La nueva generación de historiadores, que se formó en esta época, centró su atención, a partir del decenio de 1980, en cómo los gobiernos de Mora contribuyeron al desarrollo del capitalismo agrario, impactaron en los procesos de concentración y centralización del capital e influyeron en los cambios culturales y en la polarización política.
Al coincidir, en el bienio del 2006-2007, la conmemoración del sesquicentenario de la guerra de 1856-1857 con las movilizaciones en contra del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos, se abrió un espacio decisivo para que algunos historiadores profesionales y aficionados a la historia recuperaran y profundizaran las versiones apologéticas de Mora. Este proceso sirvió de base para una nueva instrumentalización de Mora, ahora en contra del Tratado referido.
En contraste con González Víquez, que enfrentó la instrumentalización de Mora en 1935 con un juicio de valor, los historiadores profesionales respondieron al proceso similar que se desarrolló a partir del 2006 con una crítica fundamentada en un mejor conocimiento de la Costa Rica de la década de 1850.
Tal vez en el presente año, en que se conmemora el bicentenario de su nacimiento, se abran nuevas oportunidades para conocer mejor tanto al Mora histórico como a las instrumentalizaciones de que ha sido objeto.