El cazabombardero norteamericano F-16 posee un avanzado sistema electrónico que muy temprano le permite detectar las acciones de radares enemigos preparatorias de un ataque en su contra. Dicho sistema posibilita inhibir el ataque destruyendo esos radares mediante cohetes dirigidos por el computador incorporado a cada aparato. Así ha ocurrido en Irak. Los F-16 encargados de vigilar ahí las zonas de exclusión aérea, y que son blanco de radares hostiles, de inmediato proceden a bombardearlos.
Precisamente, debido a las especiales características del avión, muchos se preguntaron cómo el F-16 piloteado por el capitán Scott O'Grady fue derribado dos semanas atrás en Bosnia por las anticuadas baterías serbias. Una serie de interrogatorios legislativos a oficiales del Pentágono pusieron de manifiesto que las misiones de observación de la ONU, en las cuales participaba O'Grady, se efectuaban bajo severas restricciones de combate y sin mediar una labor adecuada de los servicios de inteligencia. Lo cierto es que el valeroso capitán, rescatado tras sobrevivir en condiciones sumamente difíciles, sí se dio cuenta de que estaba en la mira de los radares serbios, pero el comando de la ONU le impidió defenderse.
La razón de esa extraña orden, y de la manera negligente en que se realizan tales operaciones, supuestamente obedece a la consigna de no provocar represalias de los serbiobosnios contra tropas de la ONU. Muy distinto, empero, ha sido el resultado. Como pocos, el episodio de O'Grady patentiza los contrasentidos que plagan la intervención internacional en el conflicto de la ex Yugoslavia. Originalmente, el contingente militar denominado FUPRONU (Fuerzas de Protección de la ONU) fue creado por el Consejo de Seguridad a fin de proteger los envíos de alimentos y medicinas a la asediada capital bosnia --Sarajevo-- y otros enclaves musulmanes. Dos años atrás, cuando la ONU resolvió hacer algo respecto a la carnicería humana desatada por los serbios contra la población musulmana, instruyó a FUPRONU "disuadir" nuevos ataques serbios en esos puntos pero sin espicificar cómo.
Desde luego, los 8.000 "cascos azules" escasamente armados estaban en clara desventaja frente a los bien suplidos serbios. Más grave, sin embargo, fue el paulatino acomodo a las exigencias serbias que transformó al destacamento internacional en un escudo legitimador de los agresores. Poco a poco, la gente de Radovan Karadzic obtuvo control del aeropuerto de Sarajevo y de los principales puestos de inspección de la ONU. Con ello, la ayuda a los agobiados musulmanes comenzó a ser decomisada por sus adversarios. Después, cada tregua negociada por emisarios foráneos devino en antesala de una nueva ofensiva serbia. Varios millones de refugiados y casi un millón de muertos y lisiados testimonian hoy los yerros del organismo.
El problema de fondo, por supuesto, ha sido la carencia de un genuino proyecto político para la ex Yugoslavia plenamente respaldado por las potencias occidentales. Detrás de las dubitaciones y agendas dispares de los vecinos europeos, responsables primarios de procurar soluciones justas en Bosnia, ha rondado el temor a que se afiance un Estado musulmán en el Viejo Continente. Tal desenlace es poco apetecido por los gobiernos de la Alianza Atlántica, incluido cierto sector burocrático en Washington. Por desgracia, la pasividad ante el desenfreno criminal de los serbios y de sus tutores en Belgrado amenaza convertir a la Bosnia regida por musulmanes occidentalizados y mayormente laicos en algo muy diferente. No en vano, se cierne una invasión de fanáticos mujayedines y de terroristas fundamentalistas so pretexto de socorrer a sus hermanos de fe. He ahí lo que está en juego.
Desafortunadamente, los desaciertos persisten. Hace un mes los separatistas serbios rompieron el cese al fuego convenido en diciembre y reanudaron el hostigamiento de Sarajevo con artillería pesada, vedada por una de las tantas decisiones del Consejo de Seguridad. La ONU autorizó entonces a la OTAN a efectuar una acción aérea limitada para eliminar dos depósitos de municiones. Los serbios, lejos de silenciar sus cañones, lanzaron una lluvia de explosivos contra el centro de la capital que dejó más de 70 muertos y centenares de heridos. Acto seguido, capturaron a 320 "cascos azules" para ser usados como escudos humanos en caso de nuevas incursiones de los aviones de la OTAN.
?La respuesta occidental? Más de lo mismo... Los rehenes han sido liberados lentamente, según calificadas versiones, gracias a una promesa secreta de la OTAN de no reiniciar las represalias aéreas. Y el viernes último, el Consejo de Seguridad decretó el despliegue de una fuerza de respuesta rápida integrada por tropas británicas, francesas y holandesas. Su cometido: proteger a los protectores. De esta forma, al fiasco de FUPRONU se va a agregar ahora otro mayor y no es dable descartar que pronto se requerirá una tercera fuerza para resguardar a la anterior.
El presidente Bill Clinton había ofrecido sufragar una tercera parte de los $1.500 millones anuales que costará tal ocurrencia. El Congreso, empero, ya advirtió que no aprobará dichos fondos. Asimismo, molesta ante la ausencia de represalias por el derribo del F-16, una mayoría de legisladores republicanos y demócratas exigió que Estados Unidos levante unilateralmente el embargo de armas impuesto por la ONU a los musulmanes bosnios. No sobra señalar que dicho embargo nunca afectó a los serbios, generosamente aprovisionados por el régimen de Belgrado cuyas tropas también participan en la guerra. El mandatario prometió vetar la resolución, aunque debió reconsiderar su plan de enviar 25.000 soldados norteamericanos para colaborar en la "reconfiguración" de FUPRONU.
El gobierno bosnio de mayoría musulmana, exasperado por la diplomacia proserbia que lo ha mantenido con las manos atadas durante cuatro años, últimamente decidió tomar la iniciativa en la lucha. No obstante, el empeño de romper el cerco militar serbio de Sarajevo ha topado con la censura de los líderes occidentales. !Vaya contrasentido! Bosnia vive hoy una especie de teatro del absurdo: las víctimas son reprendidas, los victimarios son premiados, y los encargados de brindar protección demandan que se les proteja. Es un drama cuyo final no se vislumbra y que ha convertido a los Balcanes en cementerio de la sensatez y la solidaridad de la comunidad internacional.