Es hora de que tomemos conciencia del privilegio de vivir en un país como Costa Rica, catalogado por la ONU, en su Informe Mundial de Felicidad 2017, como uno de los más felices del mundo. Si bien es cierto existe un evidente estancamiento político, económico y social, y comparto el enojo generalizado tanto por el deterioro como el cuestionable servicio que brindan diversas instituciones del Estado, no debemos quedarnos solamente en la critica.
Si queremos una Costa Rica de primer mundo en todos los ámbitos, que nos haga soñar en grande como lo hizo la Selección Nacional en el Mundial de Brasil 2014, por citar un ejemplo, debemos cambiar de pensamiento, pero, sobre todo, terminar con la crítica destructiva, el miedo a emprender nuevos proyectos y el conformismo ciudadano, pues un gobierno es tan malo como se lo permitan sus ciudadanos.
Así como el Estado ha olvidado que existe para servir a las personas, muchos de nosotros también nos hemos olvidado de que vivir en democracia conlleva responsabilidades y solo si cambiamos de actitud podemos cambiar el mundo de afuera. Como titulares de la soberanía y arquitectos de la Costa Rica que merecemos, debemos preguntarnos qué estamos haciendo por el país y qué quiero heredar a las futuras generaciones.
Nueva Constitución. Estamos a las puertas de dar a nuestros más de 51.000 km² de territorio un traje nuevo, una nueva Constitución Política, pues la actual data de 1949 y esta debe adaptarse a las circunstancias de estos tiempos que son muy diferentes a las de esos años.
Es producto de la frustración que siente la ciudadanía por la presas, porque los cambios no se materializan, las promesas no se cumplen, la pobreza no se reduce, la desigualdad se ensancha y la inseguridad crecen, que actualmente tenemos en la palestra dos propuestas.
Tanto la propuesta de Walter Coto Molina como de Alex Solís Fallas, sin entrar en detalle en lo que prefiero de cada una de ella para que cada quien las estudie y forme su propio criterio, establecen un nuevo marco de pensamiento, un replanteamiento de la organización de la administración y del poder para que funcionen eficientemente y sirvan para enfrentar los nuevos problemas de la sociedad.
Algunos creen que reformas parciales a la Constitución o al Reglamento de la Asamblea Legislativa son suficientes para superar los problemas que padecemos y es probable que un proyecto tan importante y significativo como la promulgación de una nueva Constitución Política genere muchas dudas, por lo cual es imprescindible indagar, reflexionar y participar con criterio y sentido de responsabilidad para no quedarnos con este tema como ciertamente pasa con otros, criticandolo sin brindar ninguna solución.
A favor. Estimo conveniente un proceso constituyente, pues a partir de este se nos da el derecho a manifestarnos sin miedo y de manera libre contra la deshonestidad en el ejercicio de la función pública, la potestad de exigir que nuestros impuestos sean tan bien cobrados como invertidos, de pedir cuentas, evaluar resultados y sancionar a los que corresponden por proyectos mal concebidos o inadecuadamente ejecutados.
Una nueva Constitución puede servir para la formación de una nueva cultura política, una manera distinta de hacer las cosas en el Estado y en el país en general, pero no va a cambiar la impuntualidad, “el choteo”, ni la mala costumbre de evadir el respeto al orden establecido que nos caracteriza.
La autora es abogada.