Mucho se viene diciendo y escribiendo sobre Medellín y sus tan reconocidas transformaciones urbanas. Con más razón ahora, luego de haber recibido el nombramiento como la ciudad más innovadora del mundo. He oído y leído sobre Medellín desde hace varios años, desde que Sergio Fajardo fue elegido alcalde en el 2004 e inició el proceso que ahora, 9 años después, se premia a nivel mundial. Sin embargo, fue hasta el año pasado, a mediados del 2012, que pude ir y recorrerla personalmente, visité varias de las famosas bibliotecas y los proyectos de vivienda social en las ya no tan temidas “comunas”.
Si bien tanto en Costa Rica como en otros países de Latinoamérica he conocido proyectos de vivienda social, debo aceptar que lo que vi en Medellín me conmovió. Estaba acostumbrado a ver una serie de viviendas en serie, iguales, frías, repetitivas e irracionalmente pequeñas para poder meter en el terreno el máximo de, como se les suele llamar, “soluciones” posibles. ¿Soluciones? Siempre me he preguntado, cifras tal vez, datos estadísticos para que los gobiernos de turno puedan justificar tantas promesas de campaña ante una pobreza creciente y atroz, pero... ¿soluciones de qué?
Hablo de pequeños lugares donde residir, incómodos, mal acabados, en barrios sin identidad, sin espacios públicos de calidad que permitan la convivencia y la recreación sana y segura, sin fuentes de empleo cercanas, ubicados en zonas periféricas con serios problemas de movilidad, de falta de transporte público decente y con muy poco acceso a equipamiento social básico, como escuelas y centros médicos. Esas no son soluciones de vivienda digna; son simplemente un número más a favor de lo que un gobierno le puede ofrecer mediocremente a la opinión pública.
En Medellín, no solo vi viviendas dignas, espacios públicos de calidad, un sistema de transporte público de lujo para la gente que más lo necesita, ya que reside en lugares antes prácticamente inaccesibles, sino que vi por primera vez una verdadera dignificación de la gente. El valor de los proyectos de vivienda que han venido realizando, es que no son solo “soluciones” de vivienda, son condiciones para una vida digna, para que los que tienen el futuro más incierto y con las condiciones más difíciles tengan las mejores oportunidades, eso son las bibliotecas de Medellín, pero no solo eso, sino que, además, en edificios de la mejor calidad, con diseños verdaderamente sobresalientes, con la más alta tecnología, muy accesibles e inclusivos.
Medellín, más que construir espacios de calidad, que ya es mucho, le está diciendo a la gente que durante tanto tiempo ha estado marginada y olvidada, que la ciudad también es de ellos, que ellos son parte de la sociedad, que al igual que otros sectores de gran inversión pública y privada ellos también merecen lo mejor. Medellín no solo construye casas, construye oportunidades.
Quiero compartir algunas reflexiones desde que vivo en Colombia. Algo que me chocó mucho cuando visité Medellín, ya que no todo es color de rosa, fue el hecho de que a lo largo de todo el extenso canal artificial abierto que recorre la ciudad encauzando aguas llovidas y servidas, se puede ver cómo sobre sus laderas y bordes sobreviven miles de indigentes, de los cuales un gran porcentaje son niños muy pequeños. Abandonados a su suerte, languidecen tristemente tirados o acurrucados sobre las paredes inclinadas y alcantarillas. Sin embargo, lo más terrible es que a pesar de que están a la vista y paciencia de todo el mundo, la gente actúa como si no existieran.
Esta contradicción me dejó intrigado, y ahora, luego de haber hablado con mucha gente de allá, sé dos cosas que antes no sabía.
La primera fue conocer de cerca la impactante historia de violencia de las décadas anteriores, de cómo los asesinatos y atentados eran pan de cada día y afectaron a todos los estratos socioeconómicos. Y la segunda, que a pesar de ser una de las ciudades más prósperas económicamente de América Latina, existe todavía una división extrema entre la gente de plata y los pobres, con una clase media prácticamente inexistente. Los que tienen, tienen mucho, y los que no, cada vez tienen menos.
Me quito el sombrero ante Medellín y sus valientes gobiernos locales que han demostrado que puede haber una nueva forma de hacer política, decentemente. Que cuando se quiere, se puede; que ser consecuente, no es imposible y que con creatividad y el corazón bien puesto, se puede brindar oportunidades y dignidad a la gente que más la necesita.