La tarea es reinventarse. Teresa, una profesora de colegio, decidió un martes que ella “no daría las siguientes clases”: asignó un tema a cada estudiante y le pidió que lo preparara y lo impartiera al grupo. El resultado fue asombroso: los estudiantes no sólo aprendieron mucho más, sino que su seguridad y la confianza en sus propias capacidades se vio fortalecida.
A Teresa poco le importó que a su experimento lo llamen peer opetus en Finlandia y peer teaching en Inglaterra, donde lo han practicado por más de 30 años. Para Teresa, lo suyo es una innovación educativa pues, aunque no es una elaboración propia -una “novedad internamente generada”, dirían los entendidos-, sí se trata de una novedad en su práctica como profesora.
Teresa visualiza la innovación como un “1, 2 y 3”: primero toma una práctica conocida y ¡le da vuelta!; luego la pone en acción y, finalmente, verifica que la nueva práctica tenga valor. No olvidemos que innovación no es solo novedad, sino que también debe aportar algo valioso (en este caso, mejorar la oportunidad de aprendizaje de los estudiantes).
Sebastián aplicó una receta parecida. Un día, anunció a la clase que iba a preparar la mitad de las preguntas del examen. La otra mitad debía ser redactada por los propios estudiantes. Los chicos creyeron que la tenían fácil, hasta que tuvieron que diseñar problemas exigentes y desarmar su lógica, para explicársela al profesor. A la larga, aprendieron mucho más que con un examen “a ciegas”.
Como Teresa y Sebastián, millones de profesores pasan todos los días a hacer aprendizaje basado en proyectos , otros toman un problema de partida y alimentan la curiosidad de sus alumnos con aprendizaje basado en problemas ; están los que encienden el reto en equipos que elaboran posters del saber que construyen ( pensamiento visible ) y los que ponen celulares, videos, aplicaciones y tabletas a trabajar como apoyos del aprendizaje.
A todos los une la pasión por la innovación docente, que cumple dos papeles: primero, es la novedad que demuestra tener valor en el aula y, segundo, es el factor que da a los profesores la oportunidad de reinventarse cada día y de ser felices al sentirse capaces y conectados con su vocación.
El hilo de la innovación. Una de las historias más hermosas de la mitología clásica relata el amor de Ariadna por Teseo. Sus caminos son unidos por el Minotauro, una bestia que habita en el centro de un laberinto, a la que hay que alimentar con sacrificios humanos. Cuando Teseo decide matar al Minotauro, Ariadna le regala un ovillo de hilo, para que lo desenrolle al avanzar en el laberinto, y luego le sirva de guía hacia la salida.
¿Y esto qué tiene que ver con los profesores? Muchos docentes trabajan en condiciones precarias. Están los que deben luchar con clases sobrepobladas; los que bregan en barrios y colegios tomados por las pandillas y el narcotráfico; los unidocentes, que atienden una escuela en soledad, con mínimo contacto con otros colegas; los profesores universitarios cuya jornada está fragmentada entre un puñado de universidades y se la pasan todo el día “corriendo de un lado a otro, a dar clases” y los que, hartos de papeleo e informes, se sienten “hundidos en la rutina”.
Por supuesto, también hay muchos docentes que disfrutan de mejores condiciones. Ahora bien, la promesa de la innovación educativa los conecta a todos: para los docentes apasionados por lo que hacen –aquellos que asumen la tarea de inspirar a sus alumnos como un reto personal y un proyecto de vida- la innovación es un proceso que alimenta su satisfacción; por otra parte, para los docentes “que se perdieron en el laberinto”, la innovación puede ser el hilo que los reconecte con su vocación.
Estos son tiempos difíciles. Desde el fondo del laberinto, el Minotauro brama que el sistema educativo está en crisis. Como decía Jorge Luis Borges: “El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso”.
Acaso sea la innovación educativa una salida. Más allá de la crisis y el desencanto, es el mismo Borges quien señala el camino: “Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo.”