El filósofo francés Bernard-Henri Lévy fue criticado hace pocos años por opinar que “si los socialistas fueran honestos, le cambiarían de nombre al Partido”. Lo enterró también: “el Partido Socialista de Francia no se está muriendo, sino que ya murió... Ya no hay socialistas”.
Hoy día, el socialismo sigue siendo un movimiento que ofrece más dependencia en un Estado cada vez más grande e ineficiente y que ofrece lo esencial, financiado por medio de impuestos cada vez más elevados. Sus adeptos llegan a exquisitos grados de cinismo en cuanto a sus expectativas de lo que esperan recibir a cambio de sus votos. El socialista español Ignacio Fernández Toxo, por ejemplo, líder del segundo sindicato más grande de España, se quejó del socialismo que practicaba el gobierno de Zapatero: “Uno lucha por lograr mejores salarios para los trabadores, pero ¿qué se gana si eso lo perdemos pagando pensiones, seguro médico y educación?”. Indignado, pretende convertir el pago por servicios en otra injusticia social que hay que corregir con más impuestos.
La verdad es que el socialismo sí alcanzó un logro significativo: la emancipación de la clase trabajadora y su conmutación a la clase media. Pero fue una victoria pírrica porque, conforme la proporción de la clase trabajadora disminuía, el socialismo contaba con menos partidarios.
Promovió, también, lo que se ha conocido como “justicia social”, que llegó a entenderse como una progresiva equiparación económica por medio de un Estado intermediario ineficiente encargado de transferir el dinero que genera la clase empresarial a un grupo que no supo o no pudo ser igualmente rico. Un proceso que llegó a convertirse en un desnudo robo en la época del socialista Atlee en Gran Bretaña.
El presidente socialista François Hollande no aprendió de la Historia y quiere hacer lo mismo en Francia. El socialismo en ese país tiene una larga historia caracterizada por un Estado cada vez más grande, ineficiente y despojador. Hoy día, el gasto público en Francia representa el 56,6% del PIB, el más alto de la zona del euro y uno de los más altos en el mundo occidental.
En la última elección presidencial en Francia, una mayoría probó no ser socialista. Sin embargo, por razones de su laberíntico código electoral, los franceses eligieron un presidente socialista, una asamblea socialista, un senado socialista y una mayoría de municipalidades socialistas también. Les costó caro a los franceses pagar por esa escogencia: Hollande anunció un impuesto sobre la renta del 75%.
Una mayoría parlamentaria no es una licencia para legalizar el robo. Más de 5.000 ciudadanos franceses ya abandonaron su patria antes de ser despojados de sus bienes en ese acto de pillaje. La revista de izquierda, repito, de izquierda, Marianne lo puso así: “Tenemos al 30% de nuestra población trabajando para el otro 70%. Vivimos en el reino de la insinceridad”. También en el de la mentira y de la ruina. Porque ¿de qué sirve esa justicia que pregonan si se amedrentan los agentes del progreso?
Hollande también trató de encubrir el robo con la charlatanería. Declaró que ese impuesto del 75% fue no más que un “gesto político”. ¡Que el 75% era “simbólico”! Que tendría una vigencia de apenas dos años.
Pero, además, mintió. Aseguró que el impuesto del 75% tenía algo que ver con la solución de la desigualdad social que denunciaba. Pero la verdad es que con esa nueva tasa del 75%, el aumento de los ingresos fiscales habrían llegado apenas a unos pocos cientos de millones de dólares. Un mero balde de agua en el mar del déficit fiscal de $112 billones en el año 2012.
El fracaso igualitario del socialismo es evidente. A los estados benefactores se les está acabando el dinero, el crecimiento económico está descendiendo, la desigualdad está creciendo, y la única respuesta de los socialistas son impuestos del 75% para quienes crean riqueza y empleo. Esa fue la irresponsabilidad y la charlatanería que se le ocurrió al socialista Hollande.