Estoy gastando una fortuna en la boda de mi hija; he querido que toda la familia vaya, que el mejor fotógrafo del país capture con su ojo mágico los recuerdos del acontecimiento. He participado en el diseño de las invitaciones y los recuerdos; he influido en la escogencia de su vestido y del mío, porque su boda me permite hacer realidad la fiesta de ensueño que yo no tuve. Hemos buscado el sitio más glamoroso del país e intentamos conseguir al mejor DJ y al chef de moda. A mi yerno lo presento como tal, y me encanta que mis amigas noten lo guapo que es.
En cuanto a mi hijo, he tratado de que pocos sepan que es gay y vive con su pareja. Los tolero, pero sueño con el día en que una chica muy guapa lo conquiste y él se dé cuenta de que tan solo estaba confundido. Espero que ni se le ocurra hacer una fiesta de aniversario y menos de matrimonio, si llega a pasar en el país. Si por casualidad salimos a comer, lo presento siempre como un amigo de la familia.
Pero le juro, por Dios, que yo a mis dos hijos “los quiero igual”.
Queda mucho camino que recorrer para aprender que querer igual conlleva cambiar de la tolerancia al respeto y de sentir vergüenza a sentir orgullo de cada hijo tal como es.
La autora es odontóloga y salubrista pública.