Una de mis hermanas o yo acompañábamos a mi madre a retirar el cheque mensual que nos daba mi “papá”.
A mis ochos años, las ilusiones de niño eran ir a la soda Tapia, en el Mercado Central, a comer una ensalada de frutas después de tan esperada visita.
Nos bajábamos del bus de Escazú e íbamos caminando por la avenida central hasta llegar a las oficinas de mi “papá”.
Recuerdo que cuando llegábamos lo veía tan grande, poderoso y protector, que me inspiraba un gran respeto.
Mi “papá” se hizo cargo de nosotros cuando dos de mis hermanas tenían 10 y 5 años y mi hermana menor tan solo un mes y 23 días de nacida. Yo rondaba los 7 años, era, por decirlo así, el “hombre de la casa”.
A esas edades nosotros éramos huérfanos de padre y mi madre viuda a sus 33 años.
Cada vez que llegábamos a retirar el cheque a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), nuestra madre nos decía: ahí está su papá. Lo que generaba en nosotros un sentimiento de tranquilidad en nuestra niñez.
Me autoproclamo hijo de la CCSS, porque gracias a la CCSS, a la red de seguridad social de nuestro país y, por supuesto, a la sabiduría de mi madre para sacarnos adelante, no me faltó comida, abrigo, servicios de salud y educación.
En mi vida productiva, me siento satisfecho con la cuota que le doy a mi “papá”, porque sé que hay muchos niños como lo fui yo que gracias a ese aporte tienen un plato de comida, abrigo y salud.
Ahora, a mis cincuenta años pasaditos, todavía sigo visitando a mi “papá”, todos los meses retiro mis medicamentos, a veces tengo que esperar… pero, ¿saben?, espero.
A veces no tengo las citas de manera inmediata, pero espero. Porque yo sé que no soy solo yo, somos muchos los que somos hijos de “papá”, hijos de la CCSS.
El autor es economista agrícola y profesor universitario.