No está clara en su origen la fórmula descriptiva de “heredianos por media calle”: una versión más bien jala hacia la autoalabanza de vecinos, alrededor del Fortín (¡ahora con retrete, horror!); otra interpretación más bien se mofa de esos, en la misma antigua Cubujuquí. Autoestereotipo o heteroestereotipo, no importa: ambos parten de generalizaciones.
Conste, queridos heredianos, que los aprecio mucho, entre otros por haber trabajado varios años en su universidad, como también por la entrañable amistad que me unía con don Marco Tulio Salazar: tantas historias me contó sobre Rubén Darío, sentado en aquel banco, sí, en ese parque herediano diseñado por el ingeniero Benavides, que estudió en Bélgica. En tiempos del doctor Calderón Guardia, en Bruselas, los ticos tenían varios equipos de fútbol. ¡Patético su relato sobre la tragedia del Virilla (conque los accidentes no son novedad por allí)!
Como sobre el hecho de que Omar Dengo habría tenido correspondencia, en francés, con el profesor Dr. Ovide Decroly, creador del método “global” de lectura, de varias generaciones aquí.
En fin, mejor paro… porque aquellos nexos o “puentes” como acostumbran llamarlos quedaron registrados en varios trabajos académicos. Ah ¡amigo sabrosote conversador ¡Cuéntenos de nuevo de cuando, en 1928, en París, durante del homenaje a Lindberg, recién después de cruzar este el Atlántico por vía aérea por primera vez se pusieron ustedes, estudiantes ticos, a gritar a voz en cuello –insolente es poco– aquel grito de guerra y marca inconfundible de identidad: “viva Heredia por media calle”.
Pero no cabe duda: aquello de “por media calle” reviste actualidad, tan patente como patética. Me vino a la mente al ver, en este matutino, el choque –aparatoso es poco– de un bus de Heredia contra un tren, allá en Los Ángeles de Heredia, arrastrando tres taxistas. ¿Y ahora quién podrá salvarnos? En este caso, evidentemente, el conductor quiso desafiar el predicado bíblico aquel, sobre el ojo de la aguja: ¡a todo trance se empeñó en pasar por en medio!
Faltas. Observe el lector tanto caso, si bien no de accidente, de potencial peligro en la vida diaria: patológico resulta cómo, por la autopista hacia el aeropuerto, cantidad de vehículos andan por la mitad de la vía; cuántos motociclistas, sobre todo, que por su tamaño y peligro inminente, como en otra partes por ley deben andar bordeando a la derecha, se dan el gusto propio y el placer de sacar de quicio al que necesita adelantar.
Frente a mi oficina hay campo para dos carros, pero una de estas mañanas algún inteligente encontró cómodo meterse, como dirían en italiano nell bel mezzo, ocupando el medio. Cómo no, ni que fuera parqueo gringo, donde por lo menos toman en cuenta el ancho de las puertas, al abrir.
Voy al súper, cerca, y zas, lo mismo, algún inteligente “ocupa” dos espacios, pese a líneas delineando los espacios. Hasta los choferes de Uber, por lo general más responsables con el código de circulación, suelen recoger al pasajero en media calle, o hasta en medio de un cruce, como con la calle hacia mi oficina. ¿Viene alguien entrando por esa vía? Espere un tirito, un toque. Suave, López, aquí voy yo, por media calle.
Y paso a mi querido San Pedro de Montes de Oca, ejemplos de lo que ando demostrando: es el caso también de “la trompita” (supongo, recopilado también en Mis mejores calumnias ) tan sarcásticamente descrito por don Edgar Espinoza: el caso de más de un atrevido, desde una calle lateral, metiéndose a punta de avances, unos más impertinentes que otros hasta media calle; a mí me pasó igual, hace un tiempo, con una señora, que en igual trance atrevido argumentó: “Soy mujer” (ya con su vehículo en medio de mi carril prioritario).
Obra municipal. Aquí, el que mucha gente saluda como el reportero de San Pedro (últimamente con poco tiempo y oportunidad en ese sentido), aprovecha para felicitar a su Municipalidad por las obras en curso, respecto de las veredas.
La mención vale en sí por el tremendo trabajo (¿pagaremos los habitantes?). Todos saldremos ganando: los peatones, con unos treinta centímetros más de vereda, bien hechita, demarcada y funcional en sentido múltiple…. Pero a mayor ancho del espacio, no falta hasta una señora mayor, celular inteligente en mano, que respecto de una foto encontró el lugar apropiado para explicar a otros a otros tres, alrededor de ella… en media vereda… y tuvimos que desviarnos para pasar.
Simuló ella desviarse veinte centímetros y después de un “mucho gusto” siguió usurpando para ella solita el espacio de otros viandantes. ¡Habrase visto! Digno émulo de aquel Ove, inconforme por todo (como en la excelente película sueca en pantalla) ¡protesto!
A saber cómo seguirán manejando los automovilistas, acostumbrados a manejar a poco menos de un metro del cordón de caño, siendo que este ahora ya no existe.
Buen punto: se evita ahora lo increíble de que más de un trecho de calle resulta más alto que la vereda y entre los dos hasta hace poco podía haber una zanja de casi medio metro de profundidad, por el alcantarillado.
La parada de buses en el que unos exaltados quisieron cambiar el nombre del parque Kennedy, bien diseñada está, con un separador verde… pero me temo que de tan acostumbrados que se encuentran los automovilistas a parquear o andar a medio metro del borde peatonal… seguirán… en media calle. ¿Heredianos todos?
El autor es educador.