Usted está frustrado, harto de políticos y promesas vacías. Lo confirman el abstencionismo, la percepción popular sobre el actual Gobierno y las críticas a los candidatos. Pero el hecho es que el sufragio no es opcional: es nuestro deber. La persona que no ejerce este derecho pierde otros tantos ipso facto, empezando por carecer de fundamento moral para quejarse. Para usted que está embotado (con “b” y con “v”), se propone a continuación una guía práctica para escoger al mejor para el puesto.
El discurso de Churchill: el 13 de mayo de 1940, Winston Churchill, en su discurso como primer ministro británico y ante la inevitabilidad del mayor conflicto armado de la historia, le dijo a su pueblo: “No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Es este tipo de sinceridad, de apelación directa y sin tapujos al noble esfuerzo, lo que tenemos que buscar en un presidente de la República. Corolario: descártese a esos que cacarean. Esos que disparan números al aire sin fundamento, los que prometen ayudas y regalos sin necesidad de trabajar, esos son charlatanes.
Si bien nuestro país no enfrenta circunstancias bélicas, tenemos nuestra propia guerra contra un enemigo compuesto por la desigualdad, la corrupción, la infraestructura defectuosa, el déficit presupuestario y tantos otros dilemas que exigen nuestro mayor empeño. Lo demás es pura cháchara.
La máxima de Huntington: “No hay mayor desgracia para un pueblo que un gobierno que no gobierne”. Esto es precisamente lo que hemos sufrido los últimos cuatro años. El candidato idóneo tiene que venir preparado para eso, para gobernar. Esto implica tener experiencia comprobada como líder, un plan de gobierno coherente y práctico, y un gabinete sólido que lo respalde. La mayoría de nosotros no tiene tiempo para leerse todos los planes o perfiles de los candidatos, pero podemos ver un debate presidencial y hacernos un criterio a partir de las respuestas.
El test del pato: el poeta estadounidense J.W. Riley acuñó originalmente la frase: “cuando veo un pájaro que anda como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, lo llamo pato”. Aquí tenemos una excelente herramienta para identificar aves. ¿Para qué engañarnos nosotros mismos poniéndole otros nombres? Ese andar tan gracioso no puede menos que identificar al pato, criatura creada por Dios para probarnos que un animal que nada, vuela y camina no puede hacer bien ninguna de las tres acciones.
El precepto de Cicerón: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. Lapidario. De forma tal que tomemos a cada candidato, pero no solo al de ahora, al de esta campaña, sino al hombre que ha sido. ¿Cuál era su discurso hace unos años, hay congruencia? Y más allá de palabras, ¿qué hay de sus obras? ¿Tiene alguna mancha en su pasado? Y el partido político que lo respalda, ¿cómo fue, cómo ha evolucionado, cómo es?
Entonces, olvidemos la sonrisa de dentífrico y el eslogan de campaña. Por un momento, pensemos en quiénes son estas personas que tanto ansían llamarse “presidente”. ¿Por qué será que quieren serlo? Y a la luz de los criterios anteriores, ¿será alguno un charlatán? ¿Quizá ese candidato no esté capacitado para gobernar? ¿Habrá alguno que grazne? Y ¿qué nos dice la historia respecto a tal o cual personaje y su partido?
La peor decisión es siempre la que no se toma. Recordemos el reto que elevó JFK a su pueblo, y escojamos presidente sin egoísmos ni intereses personales, sino, más bien, a la luz de lo mejor para la patria, para Costa Rica.
La cita es el próxiimo domingo 2 de febrero.