En nuestras calles, los guachimanes –que se apropian ilegalmente de calzadas y aceras– deciden dónde es factible parquearse, aunque la ley lo prohíba. Los choferes –temerosos de encontrar el carro “tachado”– obedecen, pagan y hasta irrespetan la ley, pues el oficial de tránsito “no ve” el carro parqueado en curva ni en raya amarilla, ni en el derecho de vía del tren… Al final, hacen usufructo de espacios públicos sin concesiones, patentes, permisos, seguros, legalidad… El negocio es redondo. El periodista Alejandro Vargas Johansonn contó –en su Facebook– la historia de Franco, un guachimán que lee La Nación para enterarse de la hora de los funerales, y que gana más de un millón de colones al mes.
En San José, con las boletas electrónicas, han aparecido revendedores: los “boleteros”. Los choferes, con miedo de dejar su carro en la calle, terminan pagando el sobreprecio, en vez de comprar directamente en las máquinas. Las instituciones, de nuevo, cierran los ojos cómodamente.
Con los espectáculos públicos ha ocurrido lo mismo. Excelente actuación tuvo la Policía Municipal para ejercer control en beneficio de los habitantes, cansados de la extorsión por parte de los revendedores de entradas. Ojalá amplíen el ámbito de control a los revendedores de boletas de parqueo y al cobro de los guachimanes.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.