Varias notas periodísticas en las últimas semanas apuntan a valoraciones sobre la administración del tema legislativo por parte del ministro de la Presidencia. Reseñan opiniones de los propios diputados y califican de forma negativa los esfuerzos de esta cartera para traducir en legislación las principales iniciativas de la administración Chinchilla. Tres señalamientos son recurrentes en esas notas:
k El ministro de la Presidencia no mantiene una fluida y provechosa comunicación con las fuerzas políticas representadas en la Asamblea Legislativa.
k Se producen contradicciones internamente en el Gobierno que dificultan el trabajo legislativo.
k El Gobierno no tiene un rumbo claro.
Los tres señalamientos tienen como común denominador un análisis superficial y de corto plazo, que no ahonda en las características del espectro político en el que debe navegar el actual Gobierno.
Estilo personal. El primero apunta a mi estilo personal como ministro de la Presidencia. Tradicionalmente, la figura de este jerarca se asocia a formas de conducción más verticales, que, sin ser necesariamente negativas, son totalmente ajenas a mis predilecciones. Me siento más cómodo con el diálogo horizontal y la sutileza del convencimiento en dos vías. No es mi línea copiar estilos y torcer la personalidad en aras de resultados políticos más allá de la gestión inmediata de tareas de Gobierno.
Tener propósitos que trasciendan los de la administración del Gobierno puede ser prodigioso y asegurar lealtades inquebrantables muy valiosas en política, pero no es una de mis prioridades.
El segundo apuesta por el argumento de que no hay liderazgo internamente en el Ejecutivo. Este Gobierno está estructurado de forma distinta porque gravita alrededor de un liderazgo naciente y no alrededor de un liderazgo personalista, de sólido arraigo y depurado estilo como el del expresidente Arias. Efectivo sin duda, pero distinto del sello refrescante de la presidenta Chinchilla.
El tercero da cuenta de una supuesta falta de claridad en el rumbo del Gobierno. De nuevo debemos recurrir a las comparaciones. Afortunadamente el arranque de esta administración no tiene la marca de un único tema dominante, sino que se caracteriza por un amplio espectro temático que debe ser administrado con reposo y profundidad. Eso podría dar la impresión de escasa concentración, pero lo cierto es que la realidad nacional es compleja y da espacio a múltiples y variadas discusiones, todas de mucha importancia.
Entendemos claramente que lidiar con una oposición fragmentada es lo común desde hace un par de períodos presidenciales, y eso genera los más variados escenarios en ese trabajo de mi acercamiento al Congreso.
Pero la fragmentación no es la única característica relevante de la Asamblea Legislativa en la actualidad; ahora hay que considerar que se trata de una oposición que, en conjunto, suma más fracasos electorales que cualquier otro conjunto de actores políticos en la historia del país.
Partidos otrora poderosos hoy viven el fantasma de la extinción, y otras fuerzas ya no tan nuevas buscan estrategias que algún día los aleje del “casi, casi, pero no”. El futuro de un nuevo proceso electoral muy poco claro para ellos en relación con sus opciones claras de triunfo determina estados de ánimo en los que el ataque artero se vuelve rutinario y a veces descarnado.
Logros. Aun en medio de esa densa complejidad política y estilos personales poco convencionales en el cotarro político, el Poder Ejecutivo obtiene importantes logros y construye los cimientos para un Gobierno de cuatro años. Esos logros, visibles para el agudo ojo de quien mira más allá del hecho político cotidiano, desvirtúa esa lectura apocalíptica del quehacer legislativo.
También el ojo agudo sabrá reconocer que entre tanto nubarrón y las lógicas aprehensiones de la oposición, esta responde oportuna y responsablemente a las mas relevantes solicitudes del Ejecutivo.
Si el Gobierno tiene resultados que mostrar por su indiscutible esfuerzo y el de su fracción parlamentaria, también es justo reconocer que en ocasiones ha sido posible por la patriótica colaboración que los grupos políticos de oposición asumen cuando recuerdan los verdaderos objetivos que prometieron al electorado defender.
Sin embargo, no resulta sorpresivo que esas mismas fuerzas adversarias del Gobierno reculen en algunas posiciones frente a los prematuros logros de la administración Chinchilla y los coletazos de los derroteros muy bien marcados por el expresidente Arias en la senda del desarrollo.
Sería torpe promover, frente al supuesto agrupamiento de las fuerzas opositoras, desacuerdos entre ellos. Alguna intuición y razón aconseja que es mejor un enemigo fuerte y legítimo que muchos enemigos pequeños y débiles, cuando el objetivo final es crear un diálogo nacional constructivo y duradero en el que ni aun la fuerza del partido gobernante es suficiente por sí sola para lograr avances importantes.
La torpeza sería mayúscula si el Ministerio de la Presidencia permite que el supuesto agrupamiento de fuerzas se fortalezca sobre la base de errores recurrentes del Gobierno en el área de la conducción política. La supuesta alianza antigubernamental podría ser muy vulnerable y con cierta facilidad se podría poner en evidencia su movediza base, pero no se trata de forzar resquebrajamientos cuando se tiene interés en interlocutores fuertes y suficientemente legitimados para discusiones complejas como la que antecederá la aprobación de reformas fiscales y la Ley General de Electricidad.