–¡Esto es Francia!
En algunos de mis miserables años cubanos –si bien no de los más miserables porque no fueron los de la UMAP o la Cabaña o el Combinado del Este– tuve un amigo que me saludaba así:
–¡Esto es Francia!
No sé qué le habían contado o qué idea se había hecho de un país maravilloso basado en películas como Les parapluies de Cherbourg para permitirse comparanzas con la horripilante existencia isleña. Después comprendí que consideraba un triunfo –y llevaba razón– cada amanecer sin estar preso, sobre todo cuando se vengaba del porco governo arañándole unos pesos cada jornada.
A Juanito lo conocí cuando administraba la bodega que me tocaba –en Cuba las “bodegas” no son bodegas, sino tiendas de abarrotes, nombre imposible en tiempos revolucionarios, cuando de lo único que están abarrotadas es de estantes vacíos–; después le encargaron una de aquellas “pescaderías” compradas a crédito en Argentina, que ya no existen, pero continúan impagadas, y, luego, al despedirme de él, de un “punto de leche”, un sitio donde expendían productos lácteos –siempre que los hubiera, claro–. Y en cada uno de esos destinos, y antes en otros, según me contó, se las había agenciado para vender yogur y helado y pollo y merluza y cualquier cosa comestible dejándoles ganancia a él y a los camioneros que traían la mercancía, pero pérdida a las empresas. No en balde su santo y seña era:
–¡Esto es Francia!
Hasta donde sé, Juan Rodríguez, negro más prieto que el carbón, calvo prematuro merced a las vicisitudes cotidianas cubanas, hombre a todo y amigo de los que ya no hay, no pudo abandonar el paraíso socialista caribeño para conocer la Francia que tanto idealizaba. Ahora desde el cielo –donde estará por aquello de que ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón– podrá ver lo que han hecho del país de sus amores los socialistas.
Y es que el socialismo arrasa con todo allí donde arraiga. Aparte el desastre que ha sido la inmigración musulmana, gente que no se integra, pero periódicamente sale a romper vidrieras e incendiar automóviles, aparte de matar, un gobierno socialista, el del premier Lionel Jospin, propinó un golpe terrible a la economía francesa al implantar la semana laboral de 35 horas. Ahora, el presidente François Hollande no solo decidió en su progresismo acabar con las tareas escolares porque hay niños con padres educados que los ayudan y niños sin papás educados que los ayuden, y eso crea diferencias odiosas, sino que subió los impuestos a las rentas personales hasta el 75%, con lo que los ricos huyeron en masa y hasta al famoso actor Gérard Depardieu el presidente Putin le concedió corriendo la nacionalidad rusa. Y Francia, sumida en una crisis económica profunda, es posible que se quede sin deportistas de peso que la representen.
Juanito en el cielo ya no puede dar su grito identificatorio. Tendrá que mudarse al infierno si quiere seguir proclamando:
–¡Esto es Francia!