Cuando el pasado 15 de setiembre en los actos conmemorativos de la independencia patria, un grupo de estudiantes rodeó, aparentemente en forma agresiva, al Presidente de la República, la mayor parte del país repudió aquello que consideró un irrespeto a la investidura presidencial que ostenta don José María Figueres Olsen, y se escucharon los gritos de protesta de quienes se consideran los oráculos de la verdad en Costa Rica.
Estos actos, me hicieron recordar dos pasajes de mi vida, que quiero relatar. Mi padre, hombre honesto y recto a ultranza, como lo reconocen quienes en vida lo trataron, generalmente, vestía ropa informal sin perder, por ello, cierta elegancia natural en su porte. Pero, cuando en su condición de propietario de una emisora de radio debía visitar a los gerentes de las empresas publicitarias, vestía sus mejores galas. Una vez, siendo yo muy joven, intrigado del porqué de aquellos cambios de indumentaria, le pregunté cuál era la razón. Con su voz fuerte me dijo: ¡porque hay que respetar la dignidad del cargo!; él respetaba a quien iba a visitar, respetándose también el su propia dignidad.
El otro pasaje es el siguiente: siendo catedrático en una universidad del Estado, llegué a impartir la primera clase de un año lectivo, un poco antes de las nueve de la mañana de algún día de la semana. Al ingresar al aula, el pizarrón estaba colmado de números, llaves, flechas, etc., para mí, casi jeroglíficos.
En el otro extremo del pizarrón un individuo en camiseta de color indefinido por la mugre, pantalón de mezclilla sucio y deshilachado, greñas largas con semanas de no conocer la limpieza, lo seguía utilizando. Al ingresar al aula, dije "buenos días" y empecé a borrar la pizarra, creyendo que aquellos eran los estudiantes de mi asignatura. En eso, aquel proyecto de hippie me dijo: "disculpe, ¿puedo terminar de impartir mi lección?"? sentí una pena terrible, pero jamás creí ¡que aquello fuera un profesor!, él, evidentemente, no había sabido respetar la dignidad de su cargo y la de sus estudiantes.
Por eso, cuando en nuestro país vemos que para ser Presidente no se necesitan ideas, sino ser un buen bailarín de boggie en tarima; si a los dignatarios internacionales se les recibe en mangas de camisa por los más altos representantes del Gobierno de la República; si en ciertas reuniones en vez de usar el nombre de pila de las personas se usan los sobrenombres, como si estuviéramos bajo los árboles de mango en el parque de Alajuela; si irrespetamos el Código Electoral con la complicidad de magistrados del TSE y como feria, para justificarlo, usamos sonrisas socarronas y atentamos contra la inteligencia del ciudadano y, en fin, si confundimos el ser dicharachero y simpático, con verdadera alma campesina; con lo vulgar, lo impuesto y lo desabrido, no justificamos las actos del 15 de setiembre, pero sí los entendemos, simplemente, porque se ha irrespetado, por quienes lo ejercen, la dignidad del cargo, que luego aspiran a que otros respeten.