El fútbol no solo se juega en la cancha. Basta que dos chiquillos confeccionen una pelota de trapo y ya se ponen a darle patadas corriendo de una parte a otra. Claro, si por allí hay una dirección en el juego, un goal, digo un golazo, mejor. Ese gol es cool. ¿Comercio? Está bien; corrupción es otra cosa.
Porque, perdonen, masificado, ese deporte cada día más parece show entre monstruos y malabares, hasta en aquel zedinesco golpe al pecho, no de constructiva constricción, sino dándole al otro paliza pectoral.
Hubo un tiempo en que por tocar la pelota solo con un dedito se silbaba un penalti o penal, que se aceptaba con pena profunda. Caballerosidad, en ese primer tiempo, caballos en el segundo.
Pero, peor: soez soborno de sátrapas resulta ese fifiambre ; viva el chorizo, siempre y cuando sea extremeño.
Tan corrupto el que da como el que acepta. ¿Tendrán vergüenza los muy católicos irlandeses habiendo aceptado la prebenda fifesca por lograr así un fifabuloso estadio para sus feligreses? Feroz farándula falaz. ¿Partidos amistosos? ¡Partimos y repartimos las ganancias!
La perfección no pareciera de este mundo; la moral, menos.
Víctor Valembois es educador.